Periodista
Quizás fue con la sociabilización del ordenador personal. Tal vez el
teléfono móvil lo ha acentuado, pero el caso es que desde hace años nos
hemos metido el virus en casa. El virus de la conexión permanente. De la
conexión permanente con el trabajo. Ahora que casi todo tiene que
pasarnos a través de una pantalla y que le dedicamos más atención a un
doble click del Whatsapp que a nuestros compañeros de cena, tal vez
hayamos olvidado épocas no tan lejanas en que dejábamos el trabajo en la
oficina y disfrutábamos sin interferencias de nuestro tiempo de
descanso.
Ahora necesitamos estar pendientes del email del
trabajo, de los pedidos de nuestros clientes o de las cuentas de nuestra
pequeña empresa. Permanentemente. Antes, a partir de cierta hora pocos
se aventuraban a llamar a casa ajena. Ahora, basta con mandar un mail
a cualquier hora o usar Whatsapp o Twitter para constatar que nuestro
interlocutor está ahí. No hay desconexión, ni voluntad de
desintoxicación.
Nos ganó a todos el discurso de que el mundo no
descansa, de que la oportunidad surge en cualquier momento, de que uno
siempre tiene que estar. Pero hay gente que lo pasa peor. Mucho pequeño
empresario, por llamarlo de alguna manera, que se ha convertido en
pequeño explotador de sí mismo. Autónomos. Gente que se tiene que buscar
la vida. Así se ha sofisticado el sistema. La economía obliga, pero
somos nosotros quienes nos embarramos en un horario sin fin, por lo que
nadie se puede quejar de nada. Pues hombre, sí.
Aunque vendan que
estamos en la era del individualismo, convendría corregir estructuras
que no solo no funcionaron sino que en algún caso nos expulsaron de su
lógica.
El trabajador autónomo
Nuestros gobiernos y
algunas organizaciones sindicales han permitido que creciera la figura
del trabajador autónomo que trabaja para una empresa que, en realidad,
le escatima un contrato. Los implicados lo saben pero callan. El trabajo
está en juego. Hay muchos currantes que con idéntico trabajo que sus
compañeros no tienen las 14 pagas ni los mismos derechos y condiciones.
¿Quién les ampara? ¿Los sindicatos? ¿A quién defienden ellos? ¿Y quién
representa a estos explotadores de sí mismos, movidos por la necesidad?
Muchas estructuras públicas hoy parecen secuestradas por unas cúpulas que lo que han entendido es el valor de su organización
y no la actualización de los valores que deberían defender. Y citaré
solo a partidos políticos y cajas de ahorros, para que no se enfaden los
de piel más fina. Aquí no hay un mercado laboral. Hay muchos y los
trabajadores que están peor son los que menos amparo tienen. No tienen
ni empresa de la que quejarse ni lobi que les defienda. El infierno es
el paro. El purgatorio es estar permanentemente conectados a su cadena.
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