sábado, 15 de septiembre de 2012

Abre los comentarios y tápate la nariz

Por Ramón Salaverría


De unos años a esta parte, los medios digitales publican noticias con una estructura ampliada. Antes de internet, las informaciones tenían tres partes: título, entradilla y cuerpo. Ahora, han pasado a tener cuatro: título, entradilla, cuerpo y… gresca.

Basta con echar un vistazo a un puñado de noticias en las principales publicaciones digitales para comprobar el nivelón de sus comentarios. Es fácil identificar todo género de bilis: insultos, amenazas, autobombo, publicidad encubierta, estafas, mensajes racistas, sexismo, intolerancia… Lo mejor de cada casa, vamos. Y, por supuesto, todo ello trufado de dosis difícilmente concebibles del más sonrojante analfabetismo.

Hay sitios, por supuesto, en los que los comentarios no degeneran en semejante chapapote. Curiosamente, cuanto más minoritaria o especializada es una web, mayor calidad y respeto suelen presentar sus comentarios. Así ocurre, por ejemplo, con muchos blogs de medio porte. Estas publicaciones rara vez alcanzan grandes audiencias y, por tanto, no resultan atractivas para las hordas de hooligans que campan por sus respetos en los grandes medios. Las publicaciones pequeñas suelen ser frecuentadas por unos pocos parroquianos que terminan por conocerse entre sí y, casi siempre, dan lugar a diálogos inteligentes y productivos. En estos pequeños medios, donde el autor disfruta de la conversación con sus lectores, los comentarios resultan sumamente enriquecedores.

Lástima que en los grandes medios rara vez sea así. En ellos, la presencia de los comentarios responde a una única justificación: generar tráfico. A pesar de los esfuerzos de muchos usuarios bienintencionados, que tratan de mantener un debate sereno y respetuoso, casi siempre se imponen los mismos faltones vociferantes. Estos se apropian del espacio de comentarios como si fuera su ring de boxeo y, convenientemente ocultos tras seudónimos, arrean mamporros a todo lo que se menea. Mientras tanto, a los periodistas ni se les ocurre entrar a debatir en nombre propio, no vaya a ocurrir que en el rifirrafe alguno de los golpes les vaya directo al mentón. La consigna en las redacciones es, por tanto, clara: tú publica la noticia y ponte a silbar.

Asqueadas de semejante sabotaje, hace tiempo que algunas webs han tratado de poner coto a este problema. Algunas implantaron sistemas de metamoderación de los comentarios, donde los propios usuarios actúan como guardianes de la calidad del debate. La medida atemperó el problema, pero no lo resolvió; allí donde siguen vigentes, estos sistemas de metamoderación han hecho el ambiente algo más respirable, pero no han eliminado por completo la contaminación. Otras webs probaron con fórmulas mixtas, como la creación de foros independientes para el análisis de las noticias, el traslado de los comentarios a sus páginas de Facebook y similares. También ha habido sitios que han cortado por lo sano y, sin más, han optado por cerrar los comentarios.

Los grandes medios periodísticos se resisten a tomar medidas tan drásticas. Para ellos, el caramelo de la audiencia justifica tragarse el sapo de los comentarios. Así, la mayoría de estos grandes medios mantiene espacios de comentarios donde, a pesar de algunas restricciones (sistemas de registro de usuarios, avisos legales, etc.), cabe prácticamente de todo. A la vista está.

De poco les sirve el denodado esfuerzo de sus moderadores, que tratan de que las conversaciones no se desmanden. Su trabajo es uno de los más ingratos en una redacción digital: a pesar de presentarse como moderadores, en realidad su labor se parece más a la de un simple guardián de discoteca. Se pasan el día largando de un puntapié al que se pasa de la raya.

Pero, ¿aciertan los medios al degradar su contenido en su afán de incrementar la audiencia? ¿No será esta una forma de obtener pan para hoy y hambre para mañana? ¿De verdad piensan los medios que, con una gestión más restrictiva de los comentarios, perderían su popularidad?

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