Cuando exponemos un argumento y es
recibido con un entusiasta: “Sí, tienes razón”, “Totalmente de acuerdo”, “Estamos
100% alineados” es como música para nuestros oídos. Nos fascina. Aunque
lamentablemente es una melodía que será muy buena para el ego, pero muy mala
para forzar los límites de nuestra creatividad.
Antes de seguir, una aclaración: si
alguien ofrece un planeamiento válido, no hay nada malo en reconocerlo, siempre
y cuando hayamos pasado la propuesta por un tamiz crítico y llegado a la
conclusión de que era acertada. El problema surge cuando por flojera, ganas de
evitar conflicto o porque la persona “suele tener la razón, así que esta vez
también la tiene”, optamos por concordar casi piloto automático. En ese
instante, unos empiezan a olvidar el hábito de cuestionar y otros, la costumbre
de recibir críticas. Y ese círculo vicioso se multiplica por diez cuando un superior
jerárquico está involucrado; allí la tentación de no contratar al jefe induce a
su entorno a convertirse en cacareantes ayayeros.
Esto, que puede sonar ofensivo, en
realidad es perfectamente natural. Los humanos somos seres sociales, nos
sentimos cómodos y seguros perteneciendo a un grupo, por lo que privilegiamos
su estabilidad a toda costa. Conformamos ese colectivos asociándolos con
nuestros pares y semejantes. Lo hacíamos en la prehistoria y hoy lo hacemos.
Basta con recordar que criterios empleamos al formar equipos, sean para
trabajos grupales o cuando hay olimpiadas de oficina.
Cuán tremendamente arraigado estará este
paradigma que si imaginamos la dupla perfecta, lo primero que se nos viene a la
cabeza son unas ‘mentes gemelas’. Ya saben: “Conoce exactamente lo que pienso,
me entiende con una sola mirada, estamos sintonizados y sincronizados, por eso
trabajamos tan bien”.
O sea que ¿Cuándo dos personas piensan distinto trabajan mal? Veamos: en su muy difundida charla en los TED, Margaret Heffernan –escritora sobre temas de liderazgo, empresa e innovación- cuenta la historia de Alice Stewart, la epistemóloga gracias a la cual no sacamos radiografía a mujeres embarazadas.
Corrían los años cincuenta, y la
sabiduría médica convencional decía que los rayos X eran inofensivos para la
madre y el feto. Pero Alice Stewart empezaba a recolectar evidencia que
indicaba lo contrario. Durante 25 años luchó por convencer al establishment médico de su teoría. 25 años oyéndolos decir que estaba errada. Esto,
lejos de desanimarla, la impuso a proseguir sus investigaciones hasta que por
fin logró establecer que estaba en lo correcto.
¿Su secreto? Trabajaba con una dupla que
en lugar de reafirmarla hacía lo indecible por refutarla. El nombre de esta
prueba de tortura andante era George Kneale. Alguien tan
enloquecedoramente minucioso que no había forma de que Stewart se le escapara
ningún cabo suelto. Haber superado, una y otra y otra vez, esos miles de peros
le permitió no simplemente creer que estaba en lo cierto, sino saberlo.
Ahora volvamos al presente y
preguntémonos ¿Cuántos estaríamos dispuestos a trabajar con un socio que
parezca una a trabajar con un socio que parezca una piedra en el zapato?
Imagino que pocos, pues la mayoría prefiere esa idílica zona de confort donde
los individuos se dividen en dos: los que tienen las soluciones y los que
aplauden. Un statu quo sin duda cómodo y armónico, pero poco
productivo.
La creatividad nace del conflicto, de mezclar elementos que no tienen nada que ver uno con el otro, de retarse y negarse a aceptar soluciones convencionales. La antigua regla del brainstorming que prohibía decir ‘No’ ha caído en desuso justamente por que alimentaba la complacencia.
Como ocurre con tantas cosas, es más
fácil decirlo que hacerlo. Algunos no saben decir que no. Otros saben hacerlo
pero por las razones equivocadas, para aparentar una exigencia que en realidad
es pura estrechez mental. Y del otro extremo, no todos tienen la humildad y la apertura
para aceptar la disección de sus propuestas. A todos ellos debemos decirles lo
sentimos pero ¡NO!
Discrepar requiere valor y genera valor.
Lo requiere valor y genera valor.
Lo requiere porque no cualquiera se atreve a plantearse ante alguien a quien el resto sigue a ojos cerrados. Y lo genera porque estimula la aparición de ideas disruptoras y, sobretodo, inexpugnables.
Bueno seria decir algunas estrategias para decir no, sin quedar como pesado.
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