Móviles, misiles y embrujos.
“Le pregunto: ¿cómo estás?, pero lo que realmente quiero preguntarle es: ¿estás viva?”
Un tigre de cerámica mira hacia Gaza. Lo rodean flores, corazones y otros animales como ranas u osos. Decoran un muro de hormigón sobre el que se invoca la paz en tres idiomas: Peace, Salaam, Shalom.
“Le pregunto: ¿cómo estás?, pero lo que realmente quiero preguntarle es: ¿estás viva?”
Un tigre de cerámica mira hacia Gaza. Lo rodean flores, corazones y otros animales como ranas u osos. Decoran un muro de hormigón sobre el que se invoca la paz en tres idiomas: Peace, Salaam, Shalom.
El poblado de Nativ Haasara está a tocar del muro que separa Israel de Gaza. Está tan cerca que no queda bajo la protección del sistema antimisiles. Erigieron un segundo muro de hormigón porque el primero no les protegía de los proyectiles de corto alcance.
Tsameret invita a visitantes a pegar piezas de cerámica en el nuevo muro para que no asustara tanto a los niños: “Se entretienen buscando mariposas y demás”. El tigre mira hacia Gaza pero no ve la ciudad; solo las columnas de humo que se alzan sobre el muro original.
Israelíes y palestinos no se pueden ver a través de los muros. Sin embargo, se pueden hablar.
Trrrr, trrrr…
-¿Shalom?
-¿Roni? Soy Maha…
Roni (70) es una habitante de Nativ Haasara y su mejor amiga es Maha (43), una mujer de Gaza. Roni lleva a enfermos de la Franja a hospitales israelíes. Conoció a Maha hace tres años cuando la llevó a ella y su familia a un hospital en Tel Aviv para que le hicieran un trasplante a su sobrino.
Desde que empezó la guerra, se llaman seis o siete veces al día.
“Lo primero que le pregunto es ¿cómo estás?”, explica Roni, “pero entonces pienso qué tontería, cuando te están bombardeando cada cinco minutos; lo que realmente quiero preguntarle es ¿estás viva?”.
En Gaza están sin electricidad, pero Maha acude al hospital Shifa a hacer cola para cargar su móvil y poder llamar a Roni. “Cuando desespero, ella me da esperanza”, me dice Maha, “y cada vez que oigo que disparan un misil hacia Israel, la llamo para ver si está bien”.
Los ataques israelíes pulverizaron un edificio donde vivían parientes de Maha. “Me encerré en el lavabo a llorar”, dice la palestina. “Pero fortaleció nuestra amistad. Son los líderes quienes juegan con nuestras vidas”.
El marido de Roni es granjero y emplea a inmigrantes tailandeses. Un mortero de Hamas aterrizó sobre un invernadero en el que trabajaba un tailandés, dejándolo malherido. Un helicóptero lo recogió pero al llegar al hospital ya era demasiado tarde. El alma del tailandés se había quedado en el cielo.
En esta guerra, el ejército israelí ha llamado a miles de teléfonos en Gaza para avisar cuando iban a bombardear una casa. Roni llamó a Maha antes de morir el tailandés. Fue la única vez que una llamada israelí a la Franja preludió una muerte en Israel.
Al día siguiente, invitaron a un monje budista a Nativ Haasara. Los tailandeses atribuían lo ocurrido a un embrujo e hicieron cola para ser purificados. Cuando sus almas estuvieron limpias, se marcharon casi todos del poblado, dejando al marido de Roni con la cosecha a medias.
Algunos les reprochan a Roni que su amiga no proteste contra Hamas. “Cada día Maha está segura que va a morir. Si protesta, morirá seguro. Prefiero que siga callada”, contesta. Y Maha confirma: “Tenemos miedo de protestar porque Hamas tiene las armas y el poder”.
El miedo a la muerte despierta la empatía. “Si hubiese más amistad, habría menos violencia”, dice Maha.
La guerra continúa y cada vez suenan menos teléfonos en Gaza. Los rodea un silencio ofendido. Pero los habitantes de Nativ Haasara saben que la paz es posible, aunque por ahora sea frágil e iracunda. Como un tigre de cerámica.
Paul Sánchez Keighley
Publicado en: La Vanguardia
Publicado en: La Vanguardia
No hay comentarios:
Publicar un comentario