A pesar del hito histórico que significa el hecho de que en estos momentos Barack Obama ocupe el Despacho Oval, es evidente que muchos sectores de la sociedad norteamericana todavía no han asumido las características raciales de su propia nación. En EE.UU. el racismo existe y aunque no es una característica exclusiva de los blancos, los ciudadanos negros son frecuentemente las víctimas de un orden social no siempre equitativo. No es casualidad que cada vez que se produce una injusticia palmaria, la víctima es a menudo una persona de raza negra.
Sin embargo, los disturbios en las calles de Ferguson no son en ningún caso la respuesta a esta situación, por injusta que pueda llegar a ser. Es más, el comportamiento de parte de la comunidad negra de este suburbio de San Luis (Misuri) –tras la muerte del joven Michael Brown, acribillado a balazos por un policía– no favorece en ningún caso una mejora de sus condiciones de vida ni de la del conjunto de los ciudadanos. Al revés, la violencia no hace sino autoafirmar a los racistas en sus convicciones retrógradas. El gran Martin Luther King fue tan firme en la defensa de la dignidad de las personas de raza negra como en el rechazo absoluto a la violencia.
Para hacer frente a esta situación solo cabe una intervención rotunda por parte de las instituciones, empezando por la Justicia. Los ciudadanos deben tener siempre la impresión de que la ley es igual para todos, para los blancos y para los negros, para los ladrones y también para los policías. Y si se demuestra –como parece– que se ha tratado de un claro abuso policial, se debe proceder cuanto antes a un castigo ejemplar contra los culpables, y con más razón si visten uniforme.
Fuente: ABCandalucia.es
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