miércoles, 24 de agosto de 2011

Sólo un susto

El reloj marcaba las 12:48 del medio día.  La mayoría de adultos estábamos trabajando y calentando motores para salir al break y tomar nuestros sagrados alimentos como dirían los huachafos.  Los escolares, me imagino, se encontraban en clases o terminando el recreo. Mi memoria se torna difusa cuando me propongo recordar esos años de infancia.  Luego percibo que en realidad están a años luz de mí, y ya ni me acuerdo.

Estaba en el “kitchen” de la oficina, piso nueve de un edificio “inteligente” de quince pisos, forrado en vidrio tornasolado de una apariencia ultra moderna.  De pronto pensé que me estaba dando algo, sentí un remezón fuerte hacia los lados y de ahí… nada más… por el momento.  La idea de un temblor pasó por mi mente pero con cierta incredulidad, como si parte de mi cerebro dijera sí con seguridad y la otra parte dijera no sé, soy agnóstico.  Hasta que salí del “kitchen” y sentí pasar un grandote de pies ligeros que parecía un tanque a toda velocidad, que no sólo me despeinó sino que casi me hace caer; para mi sorpresa, era el “big-boss”, el “number one”, el “chief” o simplemente “el jefe”.  Sí, se lanzó escaleras abajo a una velocidad que ni él mismo sabía que ostentaba.  A veces lo más poderosos no son los más valerosos.

Me quedé a medio camino y antes de llegar a la hermosa puerta de vidrio de dos hojas que conecta el hall de ascensores con la recepción de la empresa, el sismo paró.  No sonó ninguna alarma y el silencio era sepulcral.

Aún incrédula, le dije a una compañera de nervios de acero:
-Temblor, no?-
-Sí.- me contestó.
-Pero… ya pasó, no?- volví a preguntar.
-No, sigue…- me contestó.

Sí, en ese instante hubo otro samacón.  La última persona en bajar, una chica de cobranzas, gritaba a viva voz “¡Se viene el segundo, se viene el segundo!!!” y salió corriendo despavorida.  Mi robusta y estoica compañera, le gritó como una perfecta bestia: “¡Cállate, mierda!”.  Casi me atraganto y me muerdo la lengua cuando me di cuenta que se dirigía a la pobre joven aterrada y no a mí.  No sé si la chica llegó a escuchar una palabra, pero no me enteré de ninguna rencilla posterior.  Después de su sonora elocuencia, pareció que el grito me lo hubiera dado a mí, porque las pocas ganas que tenía de interactuar terminaron por esfumarse. 

Siempre quedo intrigada con mi comportamiento.  He podido darme cuenta cuando sucede algo que me causa mucho susto, tiendo a subir la mirada al firmamento, como esperando que se abra con un rayo de luz y baje el mismísimo Dios a rescatarme de lo que creo que es el fin.  Pero en esta oportunidad, no era el firmamento lo que veía, sólo era un bajísimo falso techo color vainilla moviéndose de pronto y esta vez con más fuerza…

Por alguna extraña razón, nos quedamos donde estábamos, ella con las manos dentro de los bolsillos del pantalón, con una serenidad pasmosa y yo prendida de su brazo rollizo sin decir palabra y petrificada del susto, hasta que paró.

Aparentando una tranquilidad que no sentía, me dirigí a mi cubículo a revisar esa locura de tiempos recientes que son las redes sociales.  Pronto tuve la información exacta… terremoto en la selva peruana, Pucallpa, grado 7, se sintió hasta Brasil, hay heridos.  Como siempre las líneas telefónicas colapsaron, así que hice lo más inteligente, enviar mensajes texto, que nunca fueron contestados, lo que me tranquilizó porque eso sólo significaba una cosa, que todo estaba bien.

Sólo cuatro personas nos quedamos, los 46 restantes ya estaban perfectamente ubicados en medio de la vía pública tal como lo ensayáramos en los simulacros de defensa civil.  Las alarmas y luces del edificio nos avisaban que ya debíamos bajar y los jefes de grupo nos ubicaban ordenadamente en el parque.  Sólo que esta vez no hubo ni alarmas ni luces ni jefes de grupo, la cosa iba en serio.

Dos de mis jefes se quedaron en sus lugares, más por despistados que por osados, sin siquiera moverse.  Uno de ellos se acercó a mi sitio, sin decir nada, tenía un color de cera derretida y el otro confesó que ni siquiera se dio cuenta.  Sólo reparó en ello cuando pudo ver la “estampida” de gente y sentir la samaqueada, lo único que podía ser era un sismo.

Me causó gracia cuando ponderó mis virtudes de serenidad y templanza diciéndome: “Tú también tomas las cosas con calma, me parece bien, muy bien.”  Sólo atiné a decir un tímido “sí….” Acompañado de una sonrisa nerviosa y un levantamiento de cejas que un psicólogo habría interpretado a la velocidad del rayo.

Después subieron todos los que habrían salvado de haberse derrumbado el edificio.  Se extrañaron mucho cuando nos vieron en nuestros sitios.  Pero así es la vida, se salvan los de pies ligeros.

La tierra está temblando por todos lados, el día de ayer hubo un temblorcito en NY, los gringos casi se mueren del susto, creo que es la falta de costumbre, decían que fue un terremoto… de grado 5 (es un chiste???)   Jamás nos hubiéramos imaginado que al día siguiente nos tocaría a nosotros.

Y por supuesto empezaron las historias interminables, no sólo de este sismo sino del último terremoto que se dio hace cuatro años. 

Contaba la recepcionista que en aquella oportunidad, salió con unos cabellos que parecía Cristo pobre recién salido de la ducha, en paños menores y con botas tipo Yola Polastri diciendo “la virgen está con nosotros, no se preocupen!!!”, sin explicarse por qué sus vecinos la miraban raro.  Luego están los que se salvan los unos a los otros “¡mamá agarra a la bebe!!!”, “¡fulana, trae a mi mamá!!!”, “¡abuela, despierta al abuelo!!!”, “¡sultana, agarra a tu marido!!!”, “¡papá, agarra al gato!!!”…”viejo,… estás despierto???”…

Felizmente, pasó.  Y no fue más que un susto.  Pero siempre hay que estar preparados, sobre todo cuando estamos en edificios inteligentes que no lo son tanto cuando suceden cosas fuera de lo cotidiano.


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