Por Ricardo Vásquez Kunze
Peru 21
En su última entrega publicada en La República, “El poder de la
blasfemia”, Mario Vargas Llosa da cuenta, con admiración, de la cruzada
–si vale el término– de Ayaan Hirsi Ali –“una de las heroínas de nuestro
tiempo”– contra el fanatismo islámico y sus organizaciones
fundamentalistas.
Tras biografiar brevemente a Hisrsi Ali como una apóstata del islam
expatriada en Occidente, el Nobel sostiene que, a diferencia de quienes
creen que el fundamentalismo islámico es un fenómeno aberrante que no
corresponde con los postulados de esa fe, Hisrsi Ali tiene bien claro
que “el origen de la violencia que aquellas organizaciones practican
tiene su raíz en la propia religión”. Así, esta mujer somalí que tuvo
que dejarlo todo para no ser desposada contra su voluntad según las
costumbres que rigen el islam asegura que solo una reforma radical de
esa religión es la clave para dejar a un lado la violencia de la fe
musulmana “incompatible con la modernidad, la democracia y los derechos
humanos”.
Entre las principales reformas que propone Hisrsi Ali al islam
destacan, a mi juicio, dos que son claves para entender por qué el
enfoque de lo que propone la apóstata somalí está lejos de solucionar el
problema del fanatismo y la violencia del fundamentalismo musulmán: 1)
Deshacerse de “la creencia de que el Corán expresa la inmutable palabra
de Dios y la infalibilidad de Mahoma, su vocero”; y 2) condenar “la idea
de la yihad o guerra santa”.
“A quienes se preguntan qué quedaría del islam si este renunciara a
esos pilares de su fe –sostiene Vargas Llosa– Hirsi Ali responde que el
cristianismo, antes de la reforma protestante, no era menos sectario,
intolerante y brutal, y que solo a partir de esta escisión la religión
cristiana inició el proceso que la llevaría a separarse del Estado y a
la coexistencia pacífica con otras creencias, gracias a lo cual
prosperaron las libertades y los derechos civiles en el mundo
occidental.”
El problema con esta visión reformista del islam inspirada en la del luteranismo del siglo XVI
es que es absolutamente falsa. Son precisamente los protestantes, hoy
llamados evangélicos, los que propugnan la tesis de la primacía absoluta
de “La Palabra” testimoniada en la Biblia. Por ello es que los
evangélicos y sus innumerables sectas creen en esencia que lo que la
Biblia dice “es verdad palabra por palabra”.
Así pues, a diferencia de los católicos, que tienen como fuentes de
fe no solo a la Biblia, sino a la tradición y al magisterio de la
Iglesia, lo que implica una interpretación en el tiempo de las sagradas
escrituras, los protestantes a los que recurre Hisrsi Ali como ejemplo
para hacer del islam menos sectario, intolerante y brutal son tan
literales en su fe como los fanáticos musulmanes.
El otro error garrafal de Hirsi Ali es, a mi juicio, creer que la
paulatina secularización del cristianismo fue una consecuencia de la
reforma protestante. Antes de Lutero no había nada más mundano y secular
que el cristianismo. Los Papas jugaban a ser reyes, el cielo se
compraba con “indulgencias plenarias” (lo que da una idea de en cuán
alta estima tenían al cielo), los Borgia, los Sforza y los Della Rovere
se turnaban amantes después de misa y así por el estilo. Fue
precisamente contra la secularización de la Iglesia que “protestó”
Lutero. Y no hubo nada más violento y fanático que la Reforma cuando los
calvinistas tomaron el control. Luego, la contrareforma católica
significó todo lo opuesto a lo que propugna la apóstata musulmana para
liberalizar el islam.
“Nada me gustaría más que creer” lo que dice Hirsi Ali, afirma
Vargas Llosa. Pero ya el Nobel sospecha que hay algo errado aunque no
sabe qué, “como demuestra el fracaso de la llamada primavera árabe”.
En efecto, así es. Porque la secularización y las “libertades” de
las que podían gozar los musulmanes durante los regímenes de los grandes
sátrapas eran las mismas de los tiempos de los Borgia. Asesinados los
Gadafi, ajusticiados los Saddam, expectorados los Mubarak, destronados
los Sha y en jaque perpetuo los Al Assad, lo que queda es el islam puro y
duro, es decir, la reforma de todo lo anterior.
Pobre Hisrsi Ali. Qué triste debe ser blasfemar en el desierto
Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se debe a que los ignorantes están completamente seguros, y los inteligentes llenos de dudas.
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