Raúl González Pinto (*)
raulqro@gmail.com
En la sociedad moderna –estarás acuerdo
lector/lectora – privilegiamos la razón y rechazamos la locura. Nos parecerá
más que obvio que la primera es nuestra mejor garantía de que somos seres pensantes
y que la segunda nos conduciría sin remedio a la perdición del alma.
“¡Pues yo no estoy de acuerdo con ustedes!”, se apresaría a respondernos Erasmo de Rotterdam, el pensador renacentista por excelencia. Y agregaría: “La diferencia que existe entre un loco y un sabio es que el primero obedece a sus pasiones y el segundo a la razón…Pero son precisamente las pasiones las que sirven de guía a aquellos que luchan con ardor en la carrera de la sabiduría; son ellas las que les estimulan a cumplir todos los deberes de la virtud y les inspiran el deseo y el pensamiento hacia el bien”.
“¡Pues yo no estoy de acuerdo con ustedes!”, se apresaría a respondernos Erasmo de Rotterdam, el pensador renacentista por excelencia. Y agregaría: “La diferencia que existe entre un loco y un sabio es que el primero obedece a sus pasiones y el segundo a la razón…Pero son precisamente las pasiones las que sirven de guía a aquellos que luchan con ardor en la carrera de la sabiduría; son ellas las que les estimulan a cumplir todos los deberes de la virtud y les inspiran el deseo y el pensamiento hacia el bien”.
La cita anterior, que transcribo literalmente de
‘Elogio de la Locura’, nos obliga a reconsiderar la simplista distinción entre
el loco y el sabio, ya que de acuerdo con el legendario humanista un sabio
debería permitirse iluminar por la chispa de la locura.
Con tan seductora propuesta, Rotterdam se atrevió a
desafiar a Séneca, quien en pleno esplendor del imperio romano había postulado
que el ser humano debería despojarse de toda emocionalidad si deseaba la
perfección intelectual. “Séneca, estoico integral – precisó el holandés –,
decía que el sabio debería estar exento por completo de pasiones… un sabio así
sería un estúpido ídolo, desprovisto de sentimientos humanos, insensible y duro
como el mármol”.
Al reivindicar la locura, el avezado filósofo pone
el dedo en la llaga y nos invita a emprender el camino de la locura como ruta
ineludible a la felicidad. “En mi opinión – expresa –, entre más clases de
locuras se posean, más felices seremos”.
Coincide con Sófocles, quien estipuló que “la vida
más agradable es la que transcurre sin prudencia alguna”. Si ser prudentes
supone nuestra habilidad para autogobernarnos por medio de la razón, la
imprudencia nos libera de su yugo. Si nos atrevemos a abandonar nuestra mullida
y limitante zona de comodidad, ingresaremos por la puerta grande al mágico mundo
de la aventura.
En una vena similar, Caroline Myss nos invita a
combatir nuestra tendencia a aferrarnos al infierno de los hábitos si deseamos
conectarnos con nuestra energía creativa. De acuerdo con la autora de ‘Anatomía
del Espíritu’, para moldear nuestra vida de una manera diferente es menester
desafiarnos a nosotros mismos. “La energía creativa – apunta la escritora
estadunidense – nos proporciona los instintos e intuiciones básicos para
sobrevivir, como también el deseo de crear música, arte y poesía”.
A decir de Erasmo, una de las bondades de la locura
es la autenticidad, ya que en su inocencia los niños y los locos siempre dicen
la verdad. “Todo lo que el loco lleva en el corazón – nos recuerda –, lo dice
su lengua sin ambages ni rodeos”.
Para vivir en la sana creatividad de la locura, es
menester despojarnos de la solemnidad petulante y el acartonamiento sombrío. A
manera de ejemplo, el referido autor nos pide pensar en un sacerdote cuyo
sermón dominical resulte tan excesivamente formal como soso.
Como resultado, los feligreses se aburrirán sin
remedio. Precisa, sin embargo, que si el párroco “se pone a contar una
historieta, los oyentes cambiarán de pronto su actitud, se despertarán y se
erguirán escuchando con la mayor atención”.
Bien haríamos, pues, en darle a la vida no un tono
trágico sino de comedia. Precisa el erudito: “¿Y qué es la vida? Una especie de
comedia continua, en la que los hombres, disfrazados de mil formas diversas
aparecen en escena; representan un cierto papel hasta que el director, después
de haberles hecho cambiar de traje varias veces – vistiéndoles lo mismo con el
color púrpura de los reyes que con los harapos del esclavo – les ordena que
abandonen la escena”.
De tal actualidad, resulta la filosofía de vida
aquí planteada, que nos resultará difícil hacernos a la idea de que Erasmo de
Rotterdam escribió su ‘Elogio de la Locura’ en 1511, ¡apenas dos décadas
después del descubrimiento de América!
Su mayor lección consiste en enseñarnos que la peor locura sería dejar de reconocer la liberadora sinrazón de la locura.
Su mayor lección consiste en enseñarnos que la peor locura sería dejar de reconocer la liberadora sinrazón de la locura.
(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de
Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa.
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