Por Xavier Abu Eid
El Diario.es
Mantener la memoria histórica es necesario para poder
construir un futuro de paz y coexistencia. Afrontar los crímenes
cometidos -particularmente si se trata de crímenes de guerra, de lesa
humanidad o genocidio-, pedir perdón y buscar justicia es un primer paso
dentro del largo camino hacia la reconciliación. Los palestinos llevan
67 años esperando el reconocimiento de la Nakba, catástrofe ocurrida en Palestina desde diciembre de 1947.
Según el calendario judío, la celebración de la independencia de Israel
fue hace unos días. Lo que los palestinos conmemoran cada 15 de mayo
como el recuerdo de la expulsión del 70% del pueblo palestino y la
destrucción de 418 aldeas, es motivo de celebración en Israel. Son miles
las casas literalmente robadas a palestinos en Jerusalén Este, Haifa,
Jaffa, Acre, Safad, Beir Sabaa’, Beisan y tantas otras ciudades situadas
en lo que hoy es Israel, donde se levantan banderas israelíes para
celebrar la expulsión de quienes habitaban en ellas.
Israel no reconoce la catástrofe palestina por una serie de razones que se basan en los mitos fundacionales de este Estado:
1. “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Este eslogan, con
el que se pretendía esconder lo que a todas luces era un proyecto
colonial más, fue repetido para convencer al mundo de apoyar la creación
de un Estado sionista en Palestina. De ser cierta esta frase, ¿de dónde
salieron entonces los refugiados palestinos?
2. “Los refugiados salieron por su cuenta después de que los árabes
pidieran abrir espacio para echar a los judíos al mar”. El historiador
derechista israelí Benny Morris desmiente esa afirmación en su libro El nacimiento del problema de los refugiados palestinos.
Nunca existió tal llamamiento, como ha podido comprobar la BBC
investigando los medios de comunicación árabes de la época. Lo que sí
existieron fueron las decenas de masacres y ataques terroristas como los
de Deir Yassin y Tantoura que aterrorizaron a la población local
forzándola a salir para luego prohibirles el retorno. Una de las
víctimas de esos ataques fue el vicecónsul español en Jerusalén Manuel
Allende Salazar, en el marco de un crimen más -el atentado del Hotel
Semíramis en Jerusalén- que permanece hoy impune.
3.
“Como en otras guerras, ha habido refugiados y estos no necesariamente
regresan”. Ello ocurría antes de la Segunda Guerra Mundial. Desde ese
instante el Derecho internacional ha sido muy claro en considerar el desplazamiento forzado de población como un crimen de guerra. Expulsar población no es una práctica aceptada por el Derecho internacional.
Uno de los primeros en denunciar la Nakba
fue el mediador de Naciones Unidas Folke Bernardotte. Un conde sueco
que, como líder de la Cruz Roja sueca durante la Segunda Guerra Mundial,
pudo salvar alrededor de no menos de treinta mil judíos de los crímenes
nazis. Bernadotte fue asesinado por un comando liderado por Yitzhak
Shamir, posterior primer ministro israelí, por sugerir la inmoralidad
que suponía expulsar a los palestinos de sus casas y traer a judíos de
otras partes del mundo para vivir en ellas. Su informe sería la base
para la resolución 194 de Naciones Unidas de 11 de diciembre de 1948, la
cual garantiza el derecho al retorno de los refugiados palestinos.
Respetar esa resolución fue una de las dos condiciones aceptadas por
Israel para lograr su membresía en Naciones Unidas el 11 de mayo de
1949. La otra era implementar la resolución 181 de partición de
Palestina. Ambas siguen siendo violadas 66 años después.
Independientemente de la excusa presentada, la Nakba
existió. Aunque se crea el mito de que salieron por su propia voluntad,
los refugiados tienen el derecho a retornar. Vale la pena recordar que,
mientras les niega ese derecho, Israel cuenta con una ley del "retorno"
que permite a cualquier judío "retornar", a pesar de no poder mostrar
ninguna conexión con esa tierra.
El reconocimiento de la Nakba
es un requisito para poder lograr una paz justa y duradera entre Israel
y Palestina. Si lo sucedido en Palestina en 1948 hubiera sucedido en
Bosnia, muchos hablarían sin tapujos de limpieza étnica.
El proyecto colonial sionista, que planeó la expulsión de la población
palestina desde la década de los años veinte del siglo pasado, se
autolegitima sobre la base de la negación de la identidad palestina. Por
ende, el reconocimiento de la Nakba, de la
existencia de un pueblo palestino antes de 1948 o del hecho de que
Palestina no era un desierto con beduinos como la romántica visión
orientalista sionista sugiere, se enfrenta a la identidad sionista
basada en la negación del otro.
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