viernes, 20 de enero de 2012

Adham, el justiciero

El más draconiano Justiciero de la Tribu y segundo en rango de la Casa Real, Adham, respetado y temido, hombre de confianza de la familia real y su comitiva, jamás habría imaginado ser perseguido por los mismos delitos que cometieran sus prisioneros años atrás.
En una tibia noche de solsticio de verano, los jefes Sttam, “cerradores de puertas” de la tribu fueron reunidos en medio del desierto por Adham, su hermano Alqama y un amigo de ambos.  A la luz de las estrellas tramaron expulsar de sus tierras a los pacíficos habitantes de la tribu vecina quienes, según Sirhal, el Jefe de Tierras, habían invadido gran parte de su territorio.  Territorio que Sirhal necesitaba para obtener rango y riquezas para su casa.

Para eso debían convencer a los ancianos Rayhan “los favorecidos por Dios” de su intención.  Así conseguirían su aprobación y con ella el pergamino lacrado que solían entregar.  Su contenido tenía rango de ley.  Todos hablaban y elucubraban sobre la forma de expulsar a los vecinos.  Sólo el Jefe de los Soldados, Duhia permaneció callado durante toda la reunión. 

No sería nada fácil semejante empresa, peor aún el persuadir a los ancianos Rayhan para que les entreguen el preciado manuscrito.  El ser un favorecido de dios, tenía sus ventajas.  Nadie podía mentirles.  Detectaban la mentira y la codicia en los ojos de los hombres.  Y el castigo era terrible y para toda la eternidad.

Adham, Alqama y su amigo, lo sabían bien.  Como también sabían que se verían considerablemente beneficiados al favorecer a Sirhal.  Más pudo la ambición que el respeto a las leyes y a los hombres.  Como mala consejera, la ambición siempre suele hacer traidores.  Decidieron crear un pergamino ellos mismos.

Por las leyes de la tribu, los justicieros y jefes Sttam tenían prohibido actuar por intereses personales y mucho menos mantener reuniones clandestinas pero la codicia jamás se detiene, ni siquiera en la cima de la grandeza.

El jefe Duhia fue el único que dejó al descubierto su posición.  Manifestó su negativa de proceder en contra de las leyes de la tribu.  Rechazó el manuscrito falso y echó de su casa al hermano del justiciero y a su amigo.

Desgraciadamente pagó un precio muy alto por desafiar los deseos del Justiciero y los demás jefes Sttam.  Fue expulsado de la tribu, tomando su lugar uno de los cerradores de puertas.

Un día, todos los miembros de la tribu se vieron sorprendidos por un hombre parecido a un beduino, envuelto en tela de lino negro, que se encontraba en medio de la plazuela de la ciudad quien contaba a gritos una historia.  La historia narraba el contubernio que había sido pactado en una reunión clandestina en el desierto entre varios jefes cerradores de puertas y del justiciero Adham.

Las autoridades pertinentes decidieron hablar con el beduino.  Al acercársele, éste se descubrió y todos lo reconocieron.  Se trataba del ex jefe Duhia.  Había decidido contar la verdad.

Y así lo hizo.  Las autoridades indignadas, nombraron a un grupo de veinticinco representantes de la comitiva real, entre partidarios y amigos del Justiciero y otros que no lo eran.  Quienes en el Consejo de Jefes debían decidir por mayoría enviar a Adham ante los ancianos Rayhan para que fuera juzgado y condenado.

La familia real, le pidió que renuncie a su rango.  A lo que Adham se rehusó, amenazándolos de difundir los secretos más profundos y oscuros de su poder real.  Así la Casa Real, calló.

Llegó el día de la decisión.  En la noche, los veinticinco representantes de la comitiva real debían votar.  Toda la tribu estaba atenta.  Todos estaban seguros que la justicia de los ancianos llegaría, que la decencia y el honor se impondrían a lo colores partidarios y simpatías políticas, porque esa había sido la base de la justa convivencia entre los habitantes de aquel país lejano.

Sorpresivamente, el día de la votación, el justiciero Adham, renunció a su rango.  Nadie supo exactamente la razón.  Era desconcertante que el mismo día de la votación hiciera lo que se negó a hacer tres meses atrás.  

Llegó la noche y empezó la votación.  Todos los miembros de la realeza mencionaban su voto con un sonoro “SI” o “NO”.  En un momento desconcertante, estaban iguales, doce a doce, solo faltaba el voto dirimente del más antiguo miembro de la realeza.  Ante un silencio sepulcral y una larga pausa, se escuchó “¡NO!”.

Ante la ira y decepción de la tribu, el ambicioso justiciero Adham había sido salvado.  No iría ante los ancianos Rayhan para ser juzgado.   Y nadie podría saber exactamente lo que sucedió esa noche en medio del desierto. Acto seguido, fueron absueltos de crímenes dos miembros de la Casa Real amigos de Adham.  Sus representantes votarían en contra del juicio a Adham si la Casa Real los absolvía de sus crímenes.  Así lo hicieron.

Al renunciar a su rango, Adham dejaría de pertenecer a la Casa Real. Y todo se vio arreglado desde ahí.  Ésta no podía enfrentar cuestionamientos a su poder.  Adham sabía demasiado.  A cambio de eso, lo protegerían en el Consejo de Jefes, consiguiendo los votos necesarios para impedir el juicio ante los ancianos y conservándole su rango de Justiciero para mantenerlo contento y en silencio.

Desde ese día la tribu no confió más en la Casa Real y mucho menos en el justiciero.  Aquel día todos claudicaron en su vocación de lucha contra la corrupción.  Si nadie pelea para terminar con la corrupción y la podredumbre, se acabará formado parte de ella.   A partir de ese momento fueron sembradas muchas dudas, que mermaron la confianza de la población.  La impunidad y los negocios sucios campearon.

Todos presenciaron con lástima y resignación el alejamiento del ex jefe Duhia cuya figura iba desapareciendo poco a poco entre las sinuosas dunas del desierto como la honradez y decencia que alguna vez existieron en ese país lejano y que a partir de ahora les sería esquiva para siempre.

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