Entrevista. Argelia enmarca la novela más impactante del
francés Laurent Mauvignier. (23-07-2014)
POR HORACIO BILBAO
Podrá sonar exagerado, pero el autor francés
Laurent Mauvignier (Tours, 1967) les devuelve a los protagonistas de sus libros
lo único que tienen, su historia. Y en sus dos títulos traducidos al español,
ambos por Anagrama, lo hace de manera distinta.
Lo que yo llamo olvido cuenta la muerte de un
habitante de la banlieue parisina,
asesinado en un supermercado por cuatro empleados de seguridad tras robar una
cerveza. “Lo leí en la prensa amarilla. No decían nunca que se trataba de una
persona, era sólo una víctima”, revela Mauvignier, que pasó raudamente por
Buenos Aires recientemente.
Hombres, su otro título traducido, el que le dio
fama y premios, es una historia magistral sobre la guerra de Argelia. “Nos
marcaron de por vida unas imágenes atroces que ni siquiera nos contamos a
nosotros mismos”, dice el escritor. Habla de esa guerra colonialista e
incomprensible que traspasó la vida de los suyos. Una historia que tocó a sus
padres y abuelos, y que él mismo rescató del silencio. Sobre los silencios de
la guerra o de las tragedias sociales, avanza la charla en un hotel del centro
porteño.
–En los dos
libros busca hacer visibles ciertas situaciones que solemos negar o
naturalizar. ¿Es ese el recorrido?
–Tomo situaciones de la vida cotidiana. Y trato de
mostrar cómo por detrás hay historias. De antes y después. Tomo un personaje
como podrías ser vos. Puedo deducir algunas cosas, pero tendré que verte varias
veces para decir te pasó esto o aquello. De cualquier manera, todo lo que has
vivido está acá con vos, en este momento. Me gustaría que en mis libros se
sintiera eso. Quiero dar esa dimensión humana. Tomarme el tiempo de mirar la
onda de choque de un evento, como en el caso de Lo que yo llamo olvido. Leí un
artículo, pero no investigué sobre el caso, al contrario, me aleje de la
información. Quería quedarme en la tensión, en el movimiento de lo que estaba
viendo, escribir algo corto que denotara esa emergencia, y que para el lector
significara un golpe.
–¿Cuál es su
técnica para lograr a la vez emergencia e intimidad?
-Costumbres, rutinas de escritura. Tratar de
encontrar el lugar desde el cual hablar. Es mi manera de articular la
descripción, la percepción y la evocación de los recuerdos. Necesito estar en
el movimiento de la escritura. Trabajo con tapones para los oídos. Es algo que
viene, pulsaciones, jazz libre.
–¿El ritmo
es una obsesión en su escritura?
–Sin ritmo no puedo. Los personajes y las
situaciones nacen de ese ritmo.
–¿Y la
elección de los personajes periféricos, que no pertenecen a la clase media
parisina?
–Conozco mejor ese medio, sus fragilidades. Me
interesa pensar cómo en estos medios obreros, desfavorecidos, por decirlo de
algún modo, la gente está muy limitada por lo real. Cómo sus sueños están en
conflicto con la realidad. Por eso los personajes periféricos. Es como llenar
un hueco, que se vuelve un agujero negro. Describo escenas y pienso que no
podré escribirlas. Entonces le doy vueltas en un movimiento elíptico. Siento
que termino sin describirlos, pero hablando de las miradas de los demás sobre
mis personajes termino hablando de ellos.
–En el caso
de Argelia, ¿hay una decisión de no tomar partido?
–Leí muchos libros sobre la guerra de Argelia y muy
a menudo me parecieron malos. Porque después de dos líneas se sabe lo que
piensa el autor. Es poco importante lo que piensa el autor. Me interesa que el
libro sea una historia suficientemente fuerte para que el lector tome posición.
Su opinión es la más importante. Ofrezco elementos para que el lector se
enfrente con el problema. No me gustan los libros de propaganda.
–¿Hay un
trabajo para esconder la opinión del escritor?
–Trabajo para que el libro sea literariamente
justo. Después, claro, mucha gente que leyó el libro, entendió qué pensaba el
autor, por eso recibí amenazas de muerte. Esta guerra sigue siendo traumática para
los franceses, es muy complicado.
–No es una
guerra olvidada...
-Olvidada no. Escondida. Queremos olvidar, pero es
imposible. La cuestión política detrás de un tema tan importante es un problema
que puede aplastar la trama. Yo quería hablar de la experiencia que algunos
vivieron, salir del contexto, y alcanzar una experiencia más universal: ¿Qué es
ir a la guerra cuando tenemos veinte años? Gente de un pueblo de Francia, de
repente se encuentra con un fusil en el medio del desierto. Es una locura. No necesito
decir que estoy contra la guerra, esta manera de mostrarlo es más eficaz.
–¿De allí
viene la escasez de nombres y datos?
-Ese es el trabajo de los historiadores. Para este
tipo de novela hay que estar muy documentado y a la vez el autor tiene que
ponerse en el lugar de los personajes. Eso hago. Son jóvenes de 20 años, que
vienen del campo, y no saben que es la guerra de Argelia. Mi trabajo es ponerme
en lugar, y llevar al lector también a ese lugar. Quiero que piensen como el
personaje, si mañana recibirán o no una carta de su hermana.
–Los
personajes exudan culpas, comparan guerras anteriores.
–La guerra de Argelia fue vivida de manera muy
psicológica por los franceses.
–Fue
anacrónica la colonia en los sesenta.
–Elegí por eso el fin de la guerra.
–Y está la
historia de su padre, que peleó en Argelia...
–Papá nunca hablaba de la guerra, pero tenía esas
fotos que me sirvieron para escribir. La imagen de la niña en la patineta. De
chico, cuando las miraba era mi madre quien hablaba, y contaba cosas que yo no
veía en las fotos. Donde yo veía hombres que hacían chistes ella contaba que
los soldados franceses tenían vergüenza, porque se sentían como los nazis 10
años atrás. Las fotos mostraban otra cosa. Un tío, presidente de una asociación
de ex soldados hacía celebraciones y hablaba de la gente que no había vuelto.
No decían qué pasó. Era un relato familiar muy presente sobre el que teníamos
muy poca información.
–¿Fue el
origen de la novela?
–Pasaron otras cosas. Mi padre se suicidó a los 46
años, cuando yo tenía 15. Alguien me preguntó si el suicidio estaba ligado a la
guerra. Estuve 15 años reflexionando sobre eso, y constaté que la gran mayoría
de los suicidios de ese tiempo era de gente que estuvo en Argelia. Luego están
las reflexiones literarias. La novela de guerra es un género muy completo, pero
hasta mi generación, toda la gente que había escrito, la había vivido.
–El silencio
de estos veteranos de la novela, ¿es el que sentía en su casa?
-Todos compartíamos ese silencio. Pero cuando salió
el libro, las mujeres más grandes me empezaron a decir que en el 45 no
hablaban, y que tampoco se habló después de la Primera Guerra. Es así, de la
guerra no se habla.
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