Por Jorge Suarez - El Financiero
La semana pasada dije que la situación económica es más frágil de lo que
parece. Es mal momento para la delicada situación geopolítica, aunque ésta no
está teniendo impacto alguno en los mercados financieros. Según un análisis de
JPMorgan Asset Management, esto se debe en parte a que los mercados accionarios
en las zonas de conflicto son pequeños: 0.7 por ciento del valor de
capitalización mundia, y 3.0 por ciento del PIB global. Incluso la producción
de petróleo, que asciende a 9.0 por ciento de la producción mundial
(primordialmente Irak) ha sido poco afectada.
Pero
el impacto de estos conflictos va más allá de lo inmediato. Empecemos por lo
que ocurre entre Rusia y Ucrania. La trágica muerte de 298 pasajeros a bordo
del avión de Malaysia Airlines, recientemente derribado, nos recuerda el
cinismo de Vladimir Putin. La evidencia apunta a que Rusia proveyó el misil que
derribó el avión, entrenó a quienes jalaron el gatillo, escondió posteriormente
el lanzamisiles e intentó por todos los medios crear una narrativa paralela de
que el culpable fue un avión militar ucraniano. Según la revista inglesa The Economist,
cuando resultó evidente el embuste, dado que el tipo de avión inculpado carecía
de la capacidad para volar a la altura de un jet comercial, alteraron las
especificaciones de éste, que aparecían en Wikipedia.
El
problema real de Putin es que la economía rusa está hundiéndose por sus
profundos problemas estructurales. La esperanza de vida de un hombre ruso es de
64 años (10 menos que en México), uno de cuatro muere antes de los 55. Pero
Putin es quizá el político más rico del mundo. En forma descarada ha apresado
–y mandado a matar– a sus opositores, mientras que poderosos oligarcas que
están de su lado acumulan grotescas fortunas y compran multimillonarias
propiedades en Londres y Nueva York.
En
medio de esta realidad, la táctica era exaltar el nacionalismo ruso: “La OTAN
se quería poner en sus fronteras”, “Ucrania era el peón en un ardid occidental
para debilitar a Rusia”, “el gobierno de Kiev es fascista y oprime a su
pueblo”, argumentos que están lejos de ser sustentados por la marginal
importancia geopolítica y económica de Ucrania. Pero, la estrategia funcionó.
Los golpes en el pecho del macho retando a su adversario aumentaron 30 puntos
porcentuales su popularidad ante su desmoralizado pueblo.
Las
consecuencias de la estrategia nacionalista de Putin golpearán a la endeble
economía rusa, pero también permiten una narrativa de víctimas de occidente.
Las sanciones impuestas por Estados Unidos a los bancos rusos
–predominantemente estatales– han sido dolorosas.
Ahora,
ante el asesinato de cientos de ciudadanos europeos, Alemania, Holanda y otros
países que se habían hecho de la vista gorda, no tienen más remedio que agregar
su propia lista de sanciones –en sectores de energía, defensa y financiero–
tratando de no afectar las exportaciones de gas ruso que provee 30 por ciento
de la demanda de energía alemana. La endeble recuperación europea se verá
afectada y el impacto será fuerte para los países del Báltico y Europa Oriental.
En
Medio Oriente la situación es alarmante. La promesa de la Primavera Árabe parece
distante. La guerra civil en Siria, campo de batalla entre islamistas chiitas
apoyados por Irán, Irak y Hezbolá, y sunitas apoyados por Arabia Saudita, los
estados del golfo Pérsico, Al Qaeda e ISIS, pasa a segundo término ante la toma
de ISIS de extenso territorio en Siria e Irak, y el conflicto entre Hamas e
Israel. Otra vez, los líderes involucrados comparten la disyuntiva entre hacer
lo sensato o lo popular.
Bibi
Netanyahu debería poner sobre la mesa la solución de dos Estados como única vía
para garantizar la estabilidad de Israel; no por riesgo militar, donde siempre
serán más fuertes que sus vecinos, sino demográfico: eventualmente, los
israelíes árabes serán una mayoría.
Pero,
hacerlo garantiza que la facción dura de israelíes de ascendencia rusa,
comandados por Avigdor Lieberman, quien renunció al gabinete de Netanyahu
probablemente buscando reemplazarlo, utilice esa “debilidad” como catalizador
para el cambio. Igualmente, Hamas está en un callejón sin salida. Provocan una
y otra vez a su poderoso vecino, sabiendo que cada vez que haya un civil muerto
ellos serán internamente validados como la “resistencia heroica”, pírrica
estrategia para evitar que grupos más radicales, como Yihad Islámico, les
quiten la batuta.
Hace
exactamente cien años el mundo vivió la mayor conflagración militar vista hasta
entonces: “La Gran Guerra”, “la guerra que habría de terminar todas las
guerras”. La Primera Guerra Mundial ocurrió porque los líderes de las potencias
perdieron margen de maniobra internacional al acorralarse solos ante presiones
internas.
Esta
inestabilidad geopolítica es francamente inoportuna cuando la economía mundial
lame las heridas de la “Gran Recesión”. Además de las evidentes crisis
humanitarias, las sanciones comerciales, los nacionalismos y el extremismo son
los principales enemigos del progreso. La humanidad parece no haber aprendido
la lección.
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