jueves, 31 de julio de 2014

Los conflictos geopolíticos son en verdad inoportunos

Por Jorge Suarez - El Financiero

La semana pasada dije que la situación económica es más frágil de lo que parece. Es mal momento para la delicada situación geopolítica, aunque ésta no está teniendo impacto alguno en los mercados financieros. Según un análisis de JPMorgan Asset Management, esto se debe en parte a que los mercados accionarios en las zonas de conflicto son pequeños: 0.7 por ciento del valor de capitalización mundia, y 3.0 por ciento del PIB global. Incluso la producción de petróleo, que asciende a 9.0 por ciento de la producción mundial (primordialmente Irak) ha sido poco afectada.

Pero el impacto de estos conflictos va más allá de lo inmediato. Empecemos por lo que ocurre entre Rusia y Ucrania. La trágica muerte de 298 pasajeros a bordo del avión de Malaysia Airlines, recientemente derribado, nos recuerda el cinismo de Vladimir Putin. La evidencia apunta a que Rusia proveyó el misil que derribó el avión, entrenó a quienes jalaron el gatillo, escondió posteriormente el lanzamisiles e intentó por todos los medios crear una narrativa paralela de que el culpable fue un avión militar ucraniano. Según la revista inglesa The Economist, cuando resultó evidente el embuste, dado que el tipo de avión inculpado carecía de la capacidad para volar a la altura de un jet comercial, alteraron las especificaciones de éste, que aparecían en Wikipedia.

El problema real de Putin es que la economía rusa está hundiéndose por sus profundos problemas estructurales. La esperanza de vida de un hombre ruso es de 64 años (10 menos que en México), uno de cuatro muere antes de los 55. Pero Putin es quizá el político más rico del mundo. En forma descarada ha apresado –y mandado a matar– a sus opositores, mientras que poderosos oligarcas que están de su lado acumulan grotescas fortunas y compran multimillonarias propiedades en Londres y Nueva York.

En medio de esta realidad, la táctica era exaltar el nacionalismo ruso: “La OTAN se quería poner en sus fronteras”, “Ucrania era el peón en un ardid occidental para debilitar a Rusia”, “el gobierno de Kiev es fascista y oprime a su pueblo”, argumentos que están lejos de ser sustentados por la marginal importancia geopolítica y económica de Ucrania. Pero, la estrategia funcionó. Los golpes en el pecho del macho retando a su adversario aumentaron 30 puntos porcentuales su popularidad ante su desmoralizado pueblo.

Las consecuencias de la estrategia nacionalista de Putin golpearán a la endeble economía rusa, pero también permiten una narrativa de víctimas de occidente. Las sanciones impuestas por Estados Unidos a los bancos rusos –predominantemente estatales– han sido dolorosas.


Ahora, ante el asesinato de cientos de ciudadanos europeos, Alemania, Holanda y otros países que se habían hecho de la vista gorda, no tienen más remedio que agregar su propia lista de sanciones –en sectores de energía, defensa y financiero– tratando de no afectar las exportaciones de gas ruso que provee 30 por ciento de la demanda de energía alemana. La endeble recuperación europea se verá afectada y el impacto será fuerte para los países del Báltico y Europa Oriental.

En Medio Oriente la situación es alarmante. La promesa de la Primavera Árabe parece distante. La guerra civil en Siria, campo de batalla entre islamistas chiitas apoyados por Irán, Irak y Hezbolá, y sunitas apoyados por Arabia Saudita, los estados del golfo Pérsico, Al Qaeda e ISIS, pasa a segundo término ante la toma de ISIS de extenso territorio en Siria e Irak, y el conflicto entre Hamas e Israel. Otra vez, los líderes involucrados comparten la disyuntiva entre hacer lo sensato o lo popular.

Bibi Netanyahu debería poner sobre la mesa la solución de dos Estados como única vía para garantizar la estabilidad de Israel; no por riesgo militar, donde siempre serán más fuertes que sus vecinos, sino demográfico: eventualmente, los israelíes árabes serán una mayoría. 



Pero, hacerlo garantiza que la facción dura de israelíes de ascendencia rusa, comandados por Avigdor Lieberman, quien renunció al gabinete de Netanyahu probablemente buscando reemplazarlo, utilice esa “debilidad” como catalizador para el cambio. Igualmente, Hamas está en un callejón sin salida. Provocan una y otra vez a su poderoso vecino, sabiendo que cada vez que haya un civil muerto ellos serán internamente validados como la “resistencia heroica”, pírrica estrategia para evitar que grupos más radicales, como Yihad Islámico, les quiten la batuta.

Hace exactamente cien años el mundo vivió la mayor conflagración militar vista hasta entonces: “La Gran Guerra”, “la guerra que habría de terminar todas las guerras”. La Primera Guerra Mundial ocurrió porque los líderes de las potencias perdieron margen de maniobra internacional al acorralarse solos ante presiones internas.

Esta inestabilidad geopolítica es francamente inoportuna cuando la economía mundial lame las heridas de la “Gran Recesión”. Además de las evidentes crisis humanitarias, las sanciones comerciales, los nacionalismos y el extremismo son los principales enemigos del progreso. La humanidad parece no haber aprendido la lección.

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