El salvaje asesinato de 12 personas en la publicación satírica Charlie Hebdo ha provocado una ola de repudio mundial, solidaridad con Francia, alertas de seguridad y pronunciamientos de altas autoridades musulmanas señalando que estos hechos van contra la esencia misma del Islam y deben ser reprobados.
Las reacciones en Lima han sido de rechazo pero al mismo tiempo, de cuestionamiento al “libertinaje”. Resumo lo que recibo: “¿para qué los provocaron?”, “si ya estaban advertidos, ¿por qué siguieron publicando?”. Estos comentarios, sumados al de Kenji Fujimori a raíz de la condena a su padre por el desvío de fondos públicos para crear una prensa “chicha” de ataque a sus adversarios muestra una confusión enorme –no extraña en el congresista– sobre lo que es la libertad de expresión.
Ninguna libertad es absoluta. El límite de la libertad de expresión es el derecho a la intimidad, o el derecho al honor y la buena reputación. Cualquiera que se sienta agraviado puede ir al Poder Judicial y lograr una sentencia favorable o desfavorable. La solución jurídica no es agarrar a tiros al director de una publicación porque no gusta el contenido, cosa que, en nuestra historia republicana sí ha sucedido. Más de una vez. ¿Y cuál es la defensa de la prensa libre? Seguir publicando. No hay otro camino.
La revista Charlie Hebdo fue llevada a los tribunales franceses por caricaturas vinculadas con Mahoma. Y las cortes los absolvieron por no encontrar una burla a una religión en particular, sino a las actividades de grupos integristas que no la representan.
Nada tiene que ver crear, desde el Estado y con dinero del Estado, una “prensa” (no creo que a esa actividad pueda llamársele periodismo, sino más bien contrapropaganda) para denigrar a los enemigos del autócrata que quiere reelegirse. ¡Kenji Fujimori cree que una revista independiente editorialmente que se ha jugado la vida por defender su publicación es lo mismo que un robo estatal!
¿Por qué podría creer eso y hablar de “doble moral”? Porque en los dos casos, cree, el contenido es ofensivo. El problema no es el contenido –puede gustar o disgustar– el asunto es la defensa de la libertad de expresión, cosa que, en el caso de la “prensa chicha” jamás existió.
Si ese es el nivel moral de la segunda generación política Fujimori, ya estamos avisados.
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