El otro día en casa de un mi amigo, dos amigos en común prepararon y
esnifaron dos rayas de cocaína cada uno. Nuestro anfitrión no dijo nada,
yo los habría echado.
Ya sé que el alcohol es una droga, también, con un incalculable poder destructivo, y qué decir del tabaco ordinario. Pero hay un orden social, y una jerarquía que establece las categorías y la cocaína no sólo es dañina sino que es una horterada de muy mal gusto. Existe, además, el placer de fumar y el gusto de la ginebra o el whisky, mientras que la coca sólo propicia un estado que es mediocre intentarlo obtener mediante una substancia.
Yo nunca podría confiar en quien no bebiera, pero mis amigos que esnifan coca me decepcionan. No dejo de quererles, pero me decepcionan, porque les veo débiles, superados, incapaces de la superación personal que marca la diferencia. ¿Esto es todo lo que sabéis hacer? ¿Una raya?
Yo les habría echado. Yo te habría echado. Pero no por mí: por ti, para que te vieras en el espejo de tu turbio derrumbarte y volvieras a empezar de cualquier otro modo, con cualquier otra esperanza.
Ya sé que el alcohol es una droga, también, con un incalculable poder destructivo, y qué decir del tabaco ordinario. Pero hay un orden social, y una jerarquía que establece las categorías y la cocaína no sólo es dañina sino que es una horterada de muy mal gusto. Existe, además, el placer de fumar y el gusto de la ginebra o el whisky, mientras que la coca sólo propicia un estado que es mediocre intentarlo obtener mediante una substancia.
Yo nunca podría confiar en quien no bebiera, pero mis amigos que esnifan coca me decepcionan. No dejo de quererles, pero me decepcionan, porque les veo débiles, superados, incapaces de la superación personal que marca la diferencia. ¿Esto es todo lo que sabéis hacer? ¿Una raya?
Yo les habría echado. Yo te habría echado. Pero no por mí: por ti, para que te vieras en el espejo de tu turbio derrumbarte y volvieras a empezar de cualquier otro modo, con cualquier otra esperanza.
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