martes, 2 de septiembre de 2014

“Cosas estúpidas”

Por Tamara Avetikian

"En medio de las crisis, Obama duda y no toma decisiones. Pronuncia discursos que no llevan a ninguna parte. El de West Point, hace un par de meses, desilusionó a todos los que esperaban que ahí sí hiciera una definición de su política exterior..."

Hace unas semanas, apurado por un columnista de The New York Times, Barack Obama nombró a Chile como uno de los países desde donde “siguen llegando buenas noticias” en medio de un mundo que se desintegra ante sus ojos. Para los chilenos es halagador que nos pongan de ejemplo, pero en este caso a uno le bajan dudas en cuanto a si el piropo no fue más que una respuesta para “sacarse el pillo”. Todos sabemos que, aparte de los problemas de inmigración y narcotráfico, es bien poco lo que Washington se preocupa de América Latina y, con graves crisis como las de Medio Oriente o Ucrania, es natural que el álgido debate por las reformas en Chile y el frenazo económico no sean más que una nota al pie de una página de los informes que recibe el Presidente.

Cuando Obama llegó a la Casa Blanca, su prioridad era salir de Irak y Afganistán. No tenía la menor intención de mezclarse en más conflictos. Lo que quería, según James Mann en su libro “The Obamians”, era “reequilibrar las prioridades, enfatizar los asuntos internos” y “reequilibrar” el poder militar con el de la diplomacia. Y, sobre todo, “reequilibrar la preocupación por el Medio Oriente hacia Asia”. Nada de eso ha resultado tal cual. Más bien, la realidad global estalló en su cara y lo están obligando, a regañadientes, a volver a meterse en los asuntos del Medio Oriente, relanzar una guerra contra el terrorismo y contener las aspiraciones de Rusia en Ucrania. Entre tanto, nada pudo hacer para evitar que Moscú se quedara con Crimea.

En medio de las crisis, Obama duda y no toma decisiones. Pronuncia discursos que no llevan a ninguna parte. El de West Point, hace un par de meses, desilusionó a todos los que esperaban que ahí sí hiciera una definición de su política exterior. Le han llovido críticas. La que más le dolió, probablemente, fue la de Hillary Clinton, al punto que ella tuvo que ir personalmente a abuenarse con él. Después de todo, que su ex secretaria de Estado dijera que ella había advertido que debía armarse a la oposición siria moderada, era un golpe muy bajo. Lo dijo también en sus memorias, “Hard Choices” (Decisiones difíciles, que recomiendo leer), pero en otro tono. Antes, el ex secretario de Defensa Robert Gates, en el libro “Duty”, había acusado a Obama de no tener una estrategia clara para Afganistán.

La defensa de Obama no fue muy acertada. Resumió su doctrina exterior en pocas palabras: “No hacer cosas estúpidas”. La perspicaz Hillary retrucó: “Las grandes naciones necesitan principios organizadores, y ‘no hacer cosas estúpidas’ no es un principio organizador”. El columnista Charles Krauthammer ha sido desde el inicio del gobierno uno de los más férreos críticos: “La política exterior de Obama tiene como propósito final hacer a EE.UU. menos hegemónico, menos arrogante y menos dominante; en una palabra, es una política exterior diseñada para producir el debilitamiento de Estados Unidos”.

Concuerdo en que Obama ha querido evitar la arrogancia y la dominación; por eso actúa en conjunto con los aliados. Pero ha sido timorato, zigzagueante (como en el caso de los ataques aéreos en Irak que finalmente autorizó), contradictorio (cuando suspendió el ataque a Siria, después de trazar “una línea roja") y lento para tomar decisiones. No creo que su política busque el debilitamiento de su país. Por el contrario, Obama ha demostrado querer que EE.UU. mantenga su liderazgo. Ahí están los recursos, el poder militar y la capacidad humana para conservarlo. Lo que Obama parece no tener es la convicción de que EE.UU. es una “nación indispensable” para resolver muchos problemas de los otros.



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