lunes, 8 de septiembre de 2014

Gracias por este momento

Por Cayetana Guillén Cuervo

Creo que hay algo que las mujeres no conseguimos perdonar. La infidelidad. Podemos intentar comprender, empatizar, no mirar, no ver, no preguntar, incluso ser conscientes de que la vida es larga y despiadada, y se encarga de enredar situaciones que podrían desordenarlo todo. Incluso a ti. Podemos ponernos en el lugar del otro y acercarnos hasta donde él sintió, para intuir algo parecido. Es más, si alguna vez a ti te ha pasado algo parecido, podría ser de gran utilidad para anticipar costes y saber que a lo mejor, no es para tanto. Pero por alguna razón y a pesar de todo, la infidelidad se clava en lo más profundo de un corazón apaleado y la coherencia no logra entrar para exponerle sus ideas.

Hay ciertas emociones atrincheradas que no piensan moverse de sus trincheras. Miran la vida desde allí e intoxican todo lo que pueden. Los celos son bichos malos, capaces de destruirlo todo. En Francois Hollande, presidente de la República Francesa, convive el gesto gris con una vida profundamente apasionada. Desde luego un ser humano es él y sus circunstancias, porque si no fuera quien es, probablemente el atractivo de sus trajes de chaqueta pasaría casi desapercibido. Pero no. Las mujeres hacen cola a su alrededor y sueñan con volver a conquistarle. Ciegas por la pasión destrozan una y otra vez su relación estable -la de él- contando obviamente con su inestimable colaboración. Y las que se quedan por el camino, ni perdonan, ni olvidan.

La excompañera  de Francois Hollande, la periodista Valérie Trierweiler, a quien Hollande fue repetidamente infiel con la actriz Julie Gayet, ha masticado su venganza despacio, para escupirla en el momento definitivo. Crisis política, fragilidad económica y una amenaza de ruptura en el propio partido del gobierno, es un buen caldo de cultivo para que todo explote. 'Gracias por este momento', es el título de su libro, que no pretende analizar la vida política del país ni lo que influye en ella su presidente, pero que al volcar las intimidades de quien lleva el timón de las cosas, ha conseguido ponerla patas arriba. 

Ella le pone verde. Literalmente. Y al atacar valores emocionales y prioridades personales de quien vende criterios de conducta y un progresismo relajado, tumba al personaje y le hace más daño que si cuestionara paso a paso su forma de dirigir el país. Porque si no es una buena persona, y, según ella, es un déspota en la intimidad, qué no hará para proteger sus intereses personales sobre los de los ciudadanos. Es así.

Hay un paralelismo directo entre las conductas personales y las públicas y profesionales. Lo hay. Y todos lo sabemos. Por eso, la vida privada de un presidente se puede considerar de interés general. Porque sacamos conclusiones. Y la pasión es un juego que, a veces, puede salir muy caro. Qué le vamos a hacer. Con lo que nos gusta.

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