lunes, 8 de septiembre de 2014

François, qué les das

Por Santiago González


Aquí tienen, de izquierda a derecha y por orden de intervención, al presidente y sus tres mujeres: Sególène, Valerie y Julie. Hay algo que los más convencidos hollandéfobos debemos reconocer: algo debe de tener el agua cuando la bendicen y un tipo tan blandito, tan mollet, debe de esconder alguna particularidad, quizá de carácter, puede que anatómica capaz de hacer que se interesen por él tres señoras que, evidentemente, valen mucho más. Ya se sabe que detrás de todo gran hombre suele haber una mujer sorprendida, incluso perpleja. Pues bien, detrás de François Hollande hay tres.

El presidente las ha ido sustituyendo a medida que, por lo visto, se le hacían mayores. Muy consciente de las altas responsabilidades que el Estado tenía guardadas para él, procedió a relevar a sus mujeres, pero con tacto, haciendo que la entrante coexistiera con la saliente el tiempo necesario  para acostumbrarse a las obligaciones y, ay, servidumbres, que impone el cargo de primera dama (bien sea del socialismo francés o de la mismísima República). Digamos que las tenía una temporada en training.

Ahora resulta que la segunda ha escrito un libro, un ajuste de cuentas, que viene a ser el corral de cuernos que nuestras televisiones basura programan por doquier. Francia es otra cosa. Por eso, en lugar de contarlo a cualquier Jordi en un plató, ha escrito un libro, 'Merci pour ce moment' (Gracias por ese rato) en el que explica al gran hombre a vista de una excepcionalmente posicionada ayuda de cámara.

Por encima de las basurillas habituales de esos lances se ha destacado en estos días que el presidente de izquierdas llama 'desdentados' a los pobres:
"Hollande ha mentido, decía que despreciaba a los ricos, pero en realidad no ama a los pobres, a los que llama los sin dientes".
La ex publica dos presuntas afirmaciones del presidente hechas en la intimidad del dormitorio conyugal o de la salle à manger, que tanto da. Es evidente que Hollande nunca ha dicho en público que desprecia a los ricos ni ha llamado desdentados a los pobres. Demos por buena la veracidad de la frase. Tiene el problema de lo privado y su falta de relevancia frente a lo público. Las palabras no quieren decir lo mismo dentro de un código de comunicación, de la complicidad que comparte una pareja. La trampa consiste en que la narradora se sale del relato para tratar de objetivarlo. Y esto es mentir. Es muy verosímil que Hollande hiciera bromas, incluso sacrílegas para su credo socialdemócrata en ese sublime momento que Pilar Urbano describe entre el calcetín derecho que el gran hombre ha dejado caer sobre la alfombra y el izquierdo que se dispone a quitarse.

Vamos a ver, señora Trierweiler, aquí falta algo. Por ejemplo su reacción, algo del tipo "François, no te tolero que hables así de los desfavorecidos; es una blasfemia para un líder de izquierda", una discusión acalorada y una temporada de morros. ¿O quizá le celebraba usted la gracia?¿se reía por la ocurrencia?

Voy a proponer un contrajemplo: hace unos meses, un líder de esa ultraizquierda radical que responde al nombre de Podemos, hizo valoraciones que entraban un desprecio de clase notable. Pablo Iglesias contó como en cierta ocasión "alguien de mi situación socioeconómica" se enfrentó a puñetazos "con gentuza de clase mucho más baja que la nuestra".

Nada habría que decir si la fuente fuera su Tania (en la vida de todo guerrillero heroico hay una) que en un momento de crisis de la pareja o vaya usted a saber, contara lo que él le había relatado en la intimidad. Las palabras de Iglesias sólo constituyen autorretrato en tanto en cuanto las dijo él en un acto público y con una cámara de televisión delante. No era un 'read my lips'.

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