Por Manuel Ortega, Publicado el 24 julio, 2014, fuente: El
Crisol de Ciudad Real (España)
Cuesta escribir. Se me van
perdiendo los días sin ponerme delante de mi
tablet o mi computadora para plasmar lo que siento.
Los
temas políticos que son mi debilidad me empiezan a hastiar. El partido corrupto
me ha llegado a soliviantar de tal manera que hasta cuando anuncia nuevos recortes
de mi sueldo ya ni tengo ganas de moverme.
Creo
que tengo el síndrome prevacacional. Me sobran un montón de cosas de las que
hago y solo encuentro consuelo en la compañía de mis hijos o en llamar por
teléfono a los que quiero y están lejos.
El
corrector ortográfico se empeña en cambiar las palabras de acuerdo a las normas
antiguas de la Real Academia de la Lengua. Yo solo escribo, estoy solo y
escribo. Yo sólo escribo, solamente
escribo. Con tilde o sin tilde, pero ya no hay que ponerla. Pero no quiere decir lo mismo.
La
noche en mi terraza pasa demasiado lenta. El ruido de unas cámaras frigoríficas
es lo único que se oye. Y me molesta. A las 11 de la noche suenan a lo lejos
unas campanas. El corrector me cambia suenan por sueñan y campanas por
campañas. Suenan las campanas. Sueñan las
campañas. Sueñan las campanas. Suenan las campañas.
Que
suerte escribir sin ganas y que un periódico lo publique. Que
suerte que alguien lo lea. Si es que tengo la suerte de que lo leas.
Cuesta
escribir y por eso escribo.
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