Autor: Prof. Bartolomé Yankovic
Nola
18 de noviembre de 2013
Es un hecho objetivo que la educación – en cualquier nivel -
preescolar, básico, medio, superior - está en vitrina. En estas páginas hemos
comentado que la sala de clases dejó de ser la caja negra, misteriosa, donde el
profesor funcionaba – a menudo - como dueño absoluto tanto de la sala como de
la caja misma. La dinámica social, junto con el avance tecnológico… han abierto
puertas y ventanas y la llamada transparencia llegó para quedarse. Padres y
apoderados – y la sociedad como un todo – opinan, exigen… y constituyen un
motor poderoso para generar cambios: se necesitan más y mejores profesores,
mejores escuelas, mejores universidades. Las instituciones educacionales viven
aires de cambio.
¿Y qué pasa con los profesores? Si las mallas curriculares – el entramado de asignaturas de un curso, una carrera… con sus contenidos, objetivos, estrategias, formas de evaluación, etc., se centran en tres grandes áreas: saber, hacer, ser… es obvio que los profesores deben mostrar competencias en dichas áreas.
- El “saber” o conocer se asocia a los contenidos, las materias que el alumno debe aprender y que los profesores deben enseñar. Entonces, el profesor, regla básica, debe dominar dichos contenidos. Si un profesor de química no conoce, por ejemplo, los fundamentos del sistema periódico de los elementos, uno de los pilares de la química moderna, mal podría enseñar esta disciplina;
- El “hacer” se refiere a las competencias que debe desarrollar un estudiante en un curso, ciclo, etc. Por ejemplo, que al egresar la enseñanza básica un alumno debiera ser capaz de realizar una exposición oral con claridad y fluidez verbal, evaluar una situación de cambio, establecer relaciones confiables de causa efecto, etc. Por cierto, la escuela, la universidad, etc., asumen la responsabilidad del desarrollo de las competencias… traducidas como capacidades, destrezas, actitudes y valores;
- El “ser” se vincula con el comportamiento, los valores y las actitudes. Si bien ellas se generan en el hogar, la institución escolar funciona como modeladora y poderosa ayuda. Por ejemplo, a la sociedad le interesa que un profesional sea eficiente, que domine y conozca su ámbito de acción, pero, además, que actúe con compromiso social, lo que implica considerar y participar en su entorno natural, social y cultural. Desde esta perspectiva, la educación no es neutra; tampoco lo son profesores ni educandos.
Precisando, el “saber” se vincula con el autoaprendizaje (capacidad de aprender en forma autónoma); con la capacidad de analizar críticamente, crear conocimiento, interpretar, informar, tener conocimiento y manejo de las tics, de una segunda lengua, etc.
El “hacer” se asocia a tener iniciativa, responsabilidad, creatividad, motivación, persistencia, resolver problemas, trabajar en equipo, etc.
El “ser” tiene que ver con la autoestima, el control emocional, la adaptabilidad, la curiosidad, la responsabilidad social, etc.
El “convivir” se entrecruza y disemina en las áreas ya descritas. Implica aprender a vivir juntos. Para ello es necesario, por ejemplo, expresarse; es decir, hablar, escribir y redactar correctamente, presentar trabajos y conclusiones con eficacia; comunicarse con sensibilidad hacia los otros (buenas relaciones personales); hablar en público, escuchar, dialogar, comprender, negociar, intercambiar ideas, tener empatía, gestionar conflictos, discutir; trabajar en equipo y resolver conflictos en forma inteligente, participar en la vida democrática de la comunidad, manifestar responsabilidad social (sentido de servicio hacia la comunidad), etc.
Saber, ser, hacer, convivir… concebidos como cuatro cajas “que tienen cosas”, se solapan y entrecruzan: tienen como objetivo la formación de una persona multicultural. Esta formación se inicia desde la cuna y dura toda la vida.
¿Y el profesor del siglo XXI? Debe ser un profesional comprometido, idóneo, eficiente; capaz de trabajar en grupo; capaz de atender a las diferencias individuales, capaz de insertarse en procesos de cambio… tener y asumir responsabilidad social.
¿Más? Para crear un ambiente emocional en el aula – favorable y facilitador del aprendizaje - es fundamental que:
• La relación profesor – alumno sea auténtica; el profesor debe tener conciencia de sus experiencias y considerar las experiencias y necesidades de sus alumnos;
• El profesor aprecie y valore a niños y jóvenes; aceptándolos y
mostrando confianza, creando un clima favorable para el aprendizaje;
• El profesor exprese comprensión empática. Esto supone un
esfuerzo para ver el mundo desde el punto de vista de niños y jóvenes;
• El profesor aprecie que en un entorno amable (aunque
exigente), de confianza y mutua aceptación, “de buena onda”, niños y jóvenes
están cómodos, se sienten acogidos, y aprenden más y mejor.
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