El célebre filósofo
y orador romano, quien fue preceptor del siniestro Nerón, acató la sentencia
del emperador y se cortó las venas en abril del año 65 d.C.
En el Retrato del
busto del filósofo Séneca, pintado por Rubens en 1614 ó 1615, aparece el
célebre orador romano claramente envejecido, con la mirada perdida y transido
de dolor. De salud siempre delicada, Séneca buscó consuelo en la filosofía,
concretamente en la doctrina del estoicismo romano, en la que exalta la
autosuficiencia del individuo a través de la virtud y frente a los vicios o
enfermedades morales. "La virtud es algo elevado, excelso y soberano,
invencible e infatigable; el placer es algo bajo, servil, deleznable y caduco,
cuyo asiento y domicilio son los burdeles y las tabernas", escribe Séneca
en su obra Sobre la felicidad.
Incinerado sin
ceremonia
La filosofía de
Séneca es más práctica y moral que abstracta. Aplicó sus ideas morales a lo
largo de su carrera política, impulsada sobre todo por Nerón, cuya educación le
fue confiada. Sin embargo, los excesos del poder fueron desgastando al
filósofo, que empezó a perder influencia sobre su pupilo Nerón, hasta tal
extremo que el emperador obligó a su antiguo maestro a suicidarse. Séneca fue
implicado en la conjura de Pisón, un complot dirigido contra Nerón, y fue
condenado a muerte. En abril del año 65 d.C., hace 1.950 años, Séneca se cortó
las venas acatando la sentencia del emperador. "Su cuerpo fue incinerado
sin ceremonia. Así lo había prescrito en su testamento cuando, siendo rico y
poderoso, pensaba en sus últimos momentos", relata Tácito.
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