Por Alfonso J. Palacios Echeverría
La argumentación es reconocida como uno de los fundamentos de la
vida en sociedad, orienta las actividades del hombre y de su cultura e influye
de manera determinante en diversas actividades de la vida. Como práctica
social, la argumentación le permite a la persona actuar ante las discrepancias
y conflictos y asumir una actitud crítica ante la manipulación de discursos
sociales y, de esta manera, establecer y mantener relaciones en el seno del
grupo al cual pertenece y al cual debe integrarse.
Por esta razón es que algunas personas, con una actitud
quijotesca, escriben lo que se denomina “artículos de opinión”, con el fin de
argumentar sobre un tema, hecho o circunstancia determinados, exponiendo
opiniones personales o criterios expresados por otras personas, sobre el mismo
tema.
Un artículo de opinión (creo indispensable aclararlo para
aquellos que todavía no saben de qué se trata) es un escrito en el que un
especialista o alguien cuya autoridad es reconocida, expresa un punto de vista
particular con respecto a una cuestión de actualidad o de una noticia. Tiene
unas características muy especiales. Está considerado como género literario;
lo importante en él no es la noticia que se da o comenta, sino lo que el autor
opina de ella. Ésta incluso puede hasta ser muy conocida o haber sucedido hace
mucho tiempo. Su característica fundamental es la de analizar un hecho para
orientar al público e influir en su opinión sobre ese hecho, desde una óptica
personal explícita.
Así pues, el artículo de opinión expresa un sentir personal sobre cualquier
acontecimiento que el autor toma como referencia interpretándolo y valorándolo,
para plantear una tesis con la que defiende o ataca una posición u opinión, y
orienta al público sobre lo expuesto.
Las funciones del artículo, en muchos casos, son similares
a las del editorial. En él se ofrecen valoraciones, opiniones y análisis sobre
diversas noticias. A diferencia del editorial, el artículo va firmado y
representa la opinión particular de su autor. En ocasiones, incluso esta
opinión puede disentir manifiestamente de la postura institucional del
periódico expresada en sus editoriales. Otra diferencia que debes tener en
cuenta es que los temas tratados en los artículos pueden ser mucho más variados
puesto que los editoriales sólo abordan noticias que poseen una gran
relevancia.
La libertad expresiva de la que gozan los articulistas es casi
total, desde luego mucho mayor que la de los editorialistas. El articulista
puede elegir el tono, la perspectiva, la seriedad, etc. con la que piensa
dirigirse a sus lectores, mientras que el editorialista siempre está sometido
en su escritura a cierta solemnidad. Por ello está estrechamente ligado al
autor, por ello su credibilidad y capacidad de influencia dependen del
prestigio y autoridad que merezca esa firma a los lectores.
Podemos distinguir dos tipos de articulistas: los que abordan
cualquier tema o asunto de actualidad y publican sus artículos con una
determinada periodicidad, y los que publican, de forma periódica u ocasional,
artículos referidos a aquellos asuntos que pertenecen a su especialidad.
Existe, sin embargo, un peligro para quienes escriben este tipo
de artículos, cual es el de resentir a los lectores que no terminan de entender
que se trata de una opinión, y su respuesta debe ser la argumentación al mismo
nivel, y califican al autor con los más absurdos epítetos, incluso algunos
ofensivos. Es decir, atacan al mensajero, no al mensaje. Le consideran
soberbio, “dueño de la verdad”, incluso fundamentalista en algunos temas, que
viene a ser lo mismo, sesgados, defensores de determinados interés personales o
corporativos, y mil cosas más.
Pocas, muy pocas, son las personas que entienden el mensaje, los
argumentos, el propósito, y pueden comentarlos con propiedad. Para ello se
necesita la altura intelectual de quien lo escribe, de forma de no caer en la
chabacanería de “irse por la tangente” con groserías o absurdidades.
Pero existe un riesgo aún mayor. Si el articulista domina el
lenguaje en un nivel superior al promedio, dificulta aún más la comprensión por
parte de los lectores, sobre todo de aquellos que manejan un vocabulario pobre
y limitado. Por esta razón, aquellos que escriben bien, o al menos mejor que el
promedio, son más atacados que los que mantienen un lenguaje más llano y
cotidiano.
Todos hemos leído u oído del cuento del flautista de Hamelín. La
tragedia acaecida a este pueblo infestado de ratones. El flautista usa su
mágico poder y tocando su instrumento se deshace de los ratones. Los aldeanos
no le pagan y entonces, aflora la maldad de este “héroe”, y en venganza,
encanta a los niños, incautos ellos, lo siguen y se pierden en una cueva. Nadie
más los volvería a ver, excepto que 3 niños se salvan, un ciego, un sordo y un
cojo, que por sus limitaciones no acompañaron a los otros niños. Curioso, los
más “fuertes” fueron encantados fáciles y los “limitados” se salvaron del
embrujo del flautista.
La prensa (y debo generalizar) tiene un poder, por algo se les
define como el cuarto de ellos. La prensa sabe de este poder, qué duda cabe. Mi
reflexión de hoy es acerca de cómo usa ese poder, como encanta, como se venga,
cómo manipula y como hay ratones y niños que se dejan llevar por ella.
En los últimos meses, quizá hasta un año, primero con lo de las
campañas políticas, luego las primera y segunda rondas electorales, el mundial
de futbol, la desaparición de niños y turistas, la nueva invasión de
nicaragüenses indocumentados a nuestro país, los reclamos al nuevo gobierno
para que de algunas muestras de orientación en su gestión (aunque no es fácil
hacerlo cuando lo que te entregan es el cúmulo de ruinas producidas por la
corrupción), ha sido sumamente difícil emitir opiniones que no sean como las
melodías del famoso flautista.
¿Por qué? Muy sencillo: porque a los lectores les agrada leer
aquellas cosas en que tienen interés, por más superficial que sea el interés o
el tema, o ambas cosas juntas, que es terrible.
Por otro lado, como dice Víctor Manuel Gallardo, solemos
quejarnos amargamente de que tal o cual medio “está politizado”;
es decir, que los medios de comunicación tienden a silenciar ciertas
informaciones, al tiempo que se les da más importancia de la debida a otras, de
forma totalmente deliberada y en base a afinidades ideológicas. Esta definición
podría ser mucho más cruel y hacer referencia a la creación de noticias falsas
(o, mejor dicho, falseadas, es decir, con una base real y poco más) que
aparecen periódicamente en prensa escrita, radio y televisión cada día.
Aunque muchos son los lectores, especialmente los no alineados
con formación política alguna, que reclaman la aparición de una verdadera
prensa objetiva, esto es muy difícil de conseguir; es más, cuanto más afirma un
nuevo medio de comunicación ser objetivo e imparcial, más probable es que éste
se encuentre en la lista de los que se mueven por intereses partidistas. No hay
forma de evitar esto: los medios de comunicación ejercen una gran influencia
sobre el público; como, por otra parte, también suelen ser empresas privadas,
es lógico pensar que serán financiadas por aquellos que quieran utilizarlas
para su propio beneficio. En otras palabras: cualquier nuevo medio de
comunicación que surge necesita de una financiación, y ésta vendrá de empresas
afines a la línea ideológica que la dirección del medio vaya a imponer. Los
supuestos nuevos medios “objetivos e imparciales” no nos pueden engañar en esto:
ningún nuevo medio que opte a tener una buena implantación puede ser objetivo e
imparcial por la simple razón de que los inversores no son objetivos e
imparciales.
La prensa escrita ya nació siendo parcial, y lo hizo más con el
afán de remover conciencias que para informarlas. La expresión “cuarto poder”,
que sitúa a la prensa al mismo nivel de los tres poderes tradicionales
(ejecutivo, legislativo y judicial) hace referencia precisamente a este hecho,
el de que los editores y periodistas poseían un instrumento de vital
importancia en las sociedades contemporáneas: aparentando informar, realmente
estaban formando opiniones en sus lectores. Si la verdadera función de la
prensa escrita hubiera sido, simple y llanamente, la de informar, con un solo
periódico habría bastado: en vez de eso, durante el siglo XIX (por poner sólo
un ejemplo) hubo miles de cabeceros diferentes en toda Europa y América,
algunos de los cuales sólo duraban un puñado de números para luego cambiar de
denominación y volver a salir a la calle.
Por ello, cuando alguien acusa de “parcializado y manipulador” a
algún medio periodístico en nuestro país, sea de la naturaleza que sea, está
siendo sesgado por una visión equivocada dela naturaleza misma de la prensa,
como iniciativas privadas que buscan un propósito bastante explícito. No puede
ser de otra forma. La ecuanimidad y el balance no forman parte de ellos. Y lo
mismo sucede cuando un articulista de opinión se expresa sobre un tema determinado,
pues lo hace desde su óptica personal, y no puede ser de otra manera.
De allí que escribir “lo que a los demás interesa” puede tener
dos interpretaciones bastante opuestas. Una, la de escribir sobre temas que
pudieran o efectivamente interesan a los lectores. Otra, la de escribir sobre
temas que a determinados sectores de la sociedad interesa, a fin de recabar
apoyo a sus intereses y objetivos. Es decir, resulta bastante difícil ser
un articulista de opinión si vas “contracorriente”, porque la masa informe,
inculta y manipulada por lo general busca temas que no les incomoden. Y por
ello algunos escritores utilizan subterfugios literarios para atraer la
atención de los mismos.
Por ello, algunos autores, sobre todos aquellos más críticos,
son los que van contracorriente y solamente cuando han pasado los años se les
empieza a apreciar como generadores de pensamiento. Porque la evolución social
se caracteriza, precisamente, por el cambio, la transformación, la corrección
de errores, y muchas veces esos autores “caen mal” porque dicen la verdad, como
ellos la ven, no como es “embutida” en las mentes de la masa. De allí la
importancia de las primeras ideas de este artículo: la importancia de la
argumentación para la creación del pensamiento libre.