sábado, 23 de agosto de 2014

LA VEZ QUE TODOS MATAMOS A PABLO

Por: Andrés Felipe Carrillo (@ciertazcosas)
Pablo, es triste reconocerlo todavía, es para nosotros un lugar común. Vivimos –sin prisa pero sin pausa- en un país de asesinos y asesinados, donde muchos, tal vez todos, se unen, de una u otra forma, en Pablo. Es por eso que repetimos su nombre, todo el tiempo su nombre. Hasta creer, incluso, que su muerte es un invento, y en cambio Pablo -la palabra- es una presencia. Pasa así con todos los malos. Los más malos. Gente llamada Adolf, por ejemplo, ese tipo de muertos que pesan por encima de los vivos, que se repiten tanto que se reinventan, y de alguna forma parece que no dejaran de existir.
Repito ahora la versión oficial, de la muerte de Pablo, para que lo creamos: en la azotea de un barrio de la América, un barrio de Medellín, el dos de diciembre de 1993, fue exhibido como una presa, por el mayor Hugo Aguilar, el enorme cuerpo sin vida del conocido por muchos como el capo de capos. Su estado presentaba señas de una anterior descomposición aparente, la cara azul junto a su barriga desparramada, como una mancha líquida, por todo el tejado, la barba que no dejaba reconocerlo, la sangre. Se dice que el Bloque de Búsqueda interceptó una llamada, y lo localizaron rodeado solamente por uno de sus escoltas, apodado “limón”, de ahí en adelante recibió tres tiros, de pistola, y uno de fusil R-15. En las noticias de ese día, grita todavía el mayor Hugo Aguilar: ¡Vive Colombia, Pablo ha muerto!
Hay, sin embargo, varias versiones extraoficiales, esto es, que no vienen de la institución pública, que no han sido probadas, ni reconocidas por nadie más que los que la cuentan. Está la de Don Berna, un exsocio, que dice que su hermano entró antes de que llegara la policía, y le disparó con un fusil M-16. Está la versión de los gringos, que dicen que la Fuerza Delta tuvo la oportunidad de propinarle el tiro de gracia. Está la versión  También está la versión de Carlos Castaño, que también afirma haber llegado antes. Por último, la versión más creíble, si se entiende como metáfora, es la que afirma que Pablo se mató a sí mismo.
Sin embargo, y sin más prueba que este relato, yo aseguro, y les confieso, que a Pablo lo matamos todos. Nosotros. Pablo, con el paso del tiempo, se convirtió en todos sus muertos. De ahí su previa descomposición aparente. Pablo, a esas alturas, era inmensamente gordo, barbado, perdido, porque era la resta de todos sus asesinados, de Galán y de Lara Bonilla, de Castro y Baquero, Zuluaga y Ramírez, Cano y Hoyos, Díaz y Valencia, Franklin y Murtra, de los sin nombre, de los que no fueron nombrados. De sus socios, de cualquiera, de todos. Nosotros lo perseguimos, repitiendo su nombre desde aquí, desde la muerte, susurrando nuestras voces en los vivos, haciéndonos un eco. Eso determinó su persecución, su soledad, y al final, él también, pasó a este lado, donde también lo matamos, hasta convertirlo en la muerte, en la palabra que todo el mundo se repite cuando quiere hablar de lo que no está -realmente- en ninguna parte.

Este y otros cuentos podrá leerlos en www.bajolamanga.co (@bajo_lamanga)

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