domingo, 25 de enero de 2015

La Mochila

Por Salvador Sostres

Mi mujer antes de salir de casa, aunque sea para dar un paseo, llena una bolsa o pequeña mochila con cosas de la niña en previsión de cualquier contingencia. Y cuando digo cualquier contingencia quiero decir realmente cualquiera. En mis 40 años no he vivido tantas cosas como las que mi mujer piensa que podrían ocurrirle un domingo por la mañana a la niña, y así llena la mochila.

Naturalmente nunca ocurre nada, pero yo no creo que mi mujer sea una exagerada. Yo creo que no nos ocurre nada precisamente porque ella ha pensado en todo y para cualquier eventualidad tiene su remedio en la mochila. Las desgracias les suelen ocurrir a quienes no son capaces de imaginárselas.

Yo me casé con una gran madre para poder ser exactamente el tipo de padre que quería ser. Con mi hija nos reímos de las previsiones de mami, y a veces la hacemos rabiar, pero yo sé que ella ordena el mundo para que yo pueda jugar con la seguridad de tener la intendencia asegurada.

Luego hay que marcar los límites, hay que hacer llorar y hacer reír, permitir y reprimir, sentir el peso de nuestra fragilidad y el abismo de todos los desafíos. Luego el mundo continúa siendo un lugar -Valentí Puig lo dice- bellísimo y terrible. Pero si el pequeño cotidiano acto de salir de casa, acudir a un almuerzo con otras familias o ir de viaje puedes hacerlo sabiendo que alguien lo ha previsto todo, y que a ti te basta con la ilusión y la alegría para ser la fuerza y el destino, es mucho más agradable dejarse llevar por la vida, seguirle la corriente, confiar en ella, cerrar los ojos como en el gran salto de la fe, seguro con tu pequeña mochila.

Yo no creo que haya ninguna mujer en el mundo, ni la más histérica, ni la más satanizada por el feminismo, ni la más vegetariana, ni la más rabiosa okupa, que en el fondo más puro de su corazón no desee hacer mochilas y ocuparse de sus hijos. Ha sido mucho más cruel, descarnada y perversa la dominación a la que el feminismo ha sometido a la mujer que las injusticias del machismo. Porque contra el machismo una siempre puede rebelarse, pero nada puede hacerse contra esta lenta intoxicación feminista, contra el goteo permanente de este veneno atroz que poco a poco destruye el carácter y anula la voluntad, y todo lo vuelve resentimiento y misandria.

El feminismo no es lo contrario del machismo. El feminismo es lo mismo que el machismo, sólo que en el otro extremo. Lo contrario del machismo, y del feminismo, es la libertad. Y si el machismo obligó por la fuerza a las mujeres a cumplir con determinados papeles, el feminismo pretende obligar a las mujeres, mediante mecanismos menos evidentes pero igual de reprochables, a odiar lo que son, a enfrentarse a sus instintos y a su naturaleza, y a imitar a los hombres. Lo contrario del machismo no es el feminismo. El feminismo es una burda venganza, y con el odio, a la larga, no se consigue nunca nada.

Hay una mochila moral que no implica ninguna humillación, ni dejar de trabajar, ni renunciar a ninguna dignidad. Hay una mochila moral, natural, instintiva, esencial, que habla por todas las mujeres y por todas las madres, y es una mochila feliz, y es una mochila exultante, y es una mochila sobre la que orgullosamente esta construida la más alta empresa conocida jamás, que es la Humanidad.

El feminismo es un reproche, una enmienda a la totalidad a esta mochila y a la madre que ha sido feliz imaginándola y preparándola. El feminismo ha sembrado el mal en lo más hondo de las mejores entrañas, retorciéndolas hasta violentarlas, y sembrando de odio la convivencia, e inoculando ansiedad y angustia a tantas mujeres que se sienten extrañas en relación a su propia naturaleza.

Hay una mochila que es el resumen del mundo y en ella está el principio y el final de lo que podría salvarnos. El feminismo es la conspiración para que no la sepamos encontrar.

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