Autobús

Por Salvador  Sostres

Si algo no soporto es la gente de parada. A mi hija le he enseñado a decir "¡autobús, burro!", porque es indigno el trasladarse aproximado. La gente de parada no va a ningún local exacto, simpatiza con la vaguedad, le da igual una esquina que otra y acepta los transportes en común, que son los que más enfermedades contagian. Un autobús es un grano que le ha salido al asfalto, una protuberancia del arcén, un despropósito del bello progreso de la máquina, glorificada en la guerra y domesticada para el uso urbano. Cien mil aeroplanos saludan la nueva era, ellos son los oráculos y las banderas.

Autobús, eres la derrota de uno mismo, la rendición del individuo ante la masa amorfa, el naufragio del gran proyecto del yo, todos los cuidados de una madre sucumbiendo ante la brutalidad colectivista y totalitaria. Llega un autobús: ¡qué oscuro presagio!

Ratas de ciudad, cobijo de microbios y de olores bajos, siniestra madriguera, autobuses, sois la desolación de la ciudad atacada por la muchedumbre, la degradación que muerde los pies de la princesa, la bala que viene a por nosotros y nuestros sueños de grandeza. Gente de parada que no sabe dónde va, que le da igual dónde va, que quiere olvidarse de dónde va porque conoce lo que le espera y no por el placer.

Vidas sin destino ni rumbo cierto, todo vale, nada importa, atraviesa el grano la ciudad, con su infección y su desesperanza, con su mensaje de frustración, con su ajada bandera de todo lo que hemos perdido, de todo lo que queríamos ser y caímos al fondo de este camión de carga y sin piedad, parada espectral,  tantas afueras de Dios, tanto descampado donde la Providencia no alcanza, protuberancia brutal.

Camión sin estrella polar, no hay Reyes que viajen ni en ninguna parte un portal. Nadie ha nacido para salvarnos, ni nos alumbra ninguna Virginidad.

Autobús que paras en cualquier parte, tú llevas la destrucción del mundo en tu máquina de fichar.