martes, 18 de marzo de 2014

Observar como práctica cotidiana

Por Dr. Carlos Gómez Flores

Domingo, 16 Marzo 2014

Cuando simplemente vivimos para tomar aire, agua y reproducirnos, lo mejor de la existencia se pierde. Creemos falsamente que somos el centro del universo y pasan desapercibidos muchos sonidos, olores e imágenes de las cosas inanimadas y de los seres de la comunidad terrestre que están a nuestros lados y que ignoramos.

En la vida diaria solemos agazaparnos sobre la misma rutina repitiendo esquemas, repitiendo hábitos y quehaceres de manera automática sin detenernos para reflexionar sobre la dimensión de nuestros actos, sobre la calidad de nuestra actuación como ciudadanos planetarios, y sobre nuestro compromiso por los demás hasta que llega nuestro encuentro con la muerte, o como diría la maestra Milena Koprivitza: ¡Cuando llega nuestra marcha!

De la misma manera en que ignoramos nuestro entorno y nos pasó desapercibida la belleza del todo, nadie nota nuestra partida, sólo aquellos con los que hemos convivido familiarmente se dan cuenta que hemos muerto. Los vecinos no se percatan de nuestra ausencia porque tampoco, nunca nos importaron ellos. No nos dimos permiso de saber quiénes eran los habitantes de las casas de junto.

El reloj que obtuvimos por los años de servicio en el trabajo, los documentos que atestiguaron nuestro paso por las instituciones escolares, nuestras queridas fotografías familiares, nuestra ropa y pertenencias -salvo las que tengan un valor material-, se van a la basura. Cuántas veces he visto en negocios que venden antigüedades, fotografías de personas que fueron señeras y que el comprador las desecha porque lo que les importa sólo es el marco. He visto títulos profesionales de hombres y mujeres que alguna vez los ostentaron y que por lo visto no hubo descendientes a quienes les interesara quedárselos.

Sin embargo, si observamos lo que nos rodea y tenemos consciencia de que somos parte de un todo, podemos conectarnos con los otros seres independientemente de si vivimos en la tundra, en el desierto o en la selva.

Observemos como una práctica íntima y colectiva el firmamento, la obra material del género humano, la grandeza de sus expresiones artísticas, el caminar de las hormigas arrieras que no paran de bregar, el vuelo de las aves y hasta las reacciones de los animales domésticos ante nuestro comportamiento.

No importa que no quede un registro para la historia de nuestro caminar por la vida y que seamos parte de la estadística humana sólo mientras producimos, basta que en el momento adecuado sepamos que nuestras raíces están vinculadas con muchas otras vidas, para ser eternos.

¿Qué hacer para empezar a observar? Veamos qué es lo que existe afuera de nuestra casa, traspasemos sus límites y caminemos por las calles alegrándonos de notar los distintos colores de las fachadas de las casas y de ver a otras personas que también caminan como nosotros. Tal vez tengamos suerte y hasta podamos saludarlos con un, ¡buenos días!, un ¡buenas tardes! o un ¡buenas noches!

Si hay montañas en el lugar en el que vivimos, llevemos nuestra vista hacia sus laderas y cumbres. Si hay sólo llanos, observemos la armonía de los planos horizontales. Si hay ríos o espejos de agua, observemos la vida que allí se genera.

Echemos un vistazo a nuestra genealogía y veamos con detenimiento de dónde procedemos por línea paterna y materna por lo menos desde nuestros tatarabuelos. Qué características físicas han tenido nuestros ancestros y cuáles de éstas tenemos. ¿Qué capacidades y talentos desarrollaron? ¿Qué enfermedades padecieron? ¿Cuáles fueron sus logros? ¿Qué dilemas tuvieron y enfrentaron? ¿A quiénes de nuestros antepasados quisiéramos emular?

Observémonos con detenimiento. ¿Qué le ocurre a nuestro cuerpo en los diferentes meses del año? Disfrutemos de la sensación del sudor cuando el verano, y de los pies y manos frías en la temporada invernal. Si nos es posible, recorramos un buen tramo de tierra con los pies descalzos. Atrevámonos a abrazar un árbol y conectémonos con su masa forestal. Escuchemos nuestro ritmo cardíaco y midamos nuestro pulso para felicitarnos por tener un organismo tan perfecto.

Pongamos atención a los demás y escuchémosles como si no los volviéramos a ver nunca más. Tengamos compasión por los más vulnerables. Que ninguno de ellos nos resulte invisible. ¡Observémonos y observemos los que nos rodea cotidianamente! Nuestra conexión vital es con todo y con todos. Que al momento de nuestra marcha vayámonos plenos, con el deseo de volver, aunque esto resulte un imaginario para el bien morir.

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