miércoles, 19 de marzo de 2014

¿Superpapa o simplemente papa?

Por: CECILIA RODRÍGUEZ | 8:05 p.m. | 08 de Marzo del 2014

La rehabilitación de la imagen papal ha sido tan rápida y efectiva que se habla del 'Efecto Francisco' como una positiva fuerza transformadora para el catolicismo.

Habría sido imposible predecir hace un año, con la Iglesia católica sumida en crisis, que en tan poco tiempo el papa iba a convertirse en uno de los personajes más populares del mundo. Sin querer queriendo, el pontífice es una estrella, asediado y publicado en todos los medios. No hace mucho, por ejemplo, estaba en la portada de la revista Rolling Stone como cualquier roquero de moda.
Esta semana volvió al protagonismo global irónicamente porque dice que no quiere aparecer como un superhéroe. En una entrevista reciente habló de su frustración con la imagen de supermán que los medios promueven. A tan solo unos días del primer aniversario de su elección, el papa Francisco no quiere ser superpapa.

Ese mismo día, el Miércoles de Ceniza para ser más precisos, apareció en Roma una nueva revista semanal, Mi Papa, dirigida a sus hinchas y seguidores que demuestra que, aunque no lo desee, la luna de miel con el público del mundo persiste.

La rehabilitación de la imagen papal ha sido tan rápida y efectiva que se habla del ‘Efecto Francisco’ como una positiva fuerza transformadora para el catolicismo. Tanto que cuando la ONU emitió recientemente un informe crítico y justificado sobre cómo la Iglesia católica ha protegido a los sacerdotes acusados de abuso sexual y evadido rendir cuentas al respecto, en ninguna parte de la cobertura de la prensa el papa Francisco fue puesto en el banquillo. Se asume que todo ocurrió antes de ser nombrado, pero en realidad ha sido parte de la institución por mucho tiempo y en altos cargos.

Lo que los expertos dicen es que el papa Francisco llegó en el momento adecuado para llenar un vacío de liderazgo moral y ha sabido manejar la situación con mensajes de apertura a la discusión de delicados asuntos sociales como matrimonio entre personas del mismo sexo, divorcio y contracepción que dan la impresión de cambio y parecen posturas revolucionarias sin que en realidad hasta ahora haya cambiado nada. Para muchos es una cuestión de estilo. El papa Francisco se ha convertido en héroe porque comprende bien que el tono triunfa sobre el contenido. Y aunque ha intimado que no tiene intención de alterar la posición de la Iglesia en los asuntos doctrinales más espinosos, las expectativas de cambios significativos son muy altas.

En la última entrevista, donde afirma que es simplemente un hombre normal que “ríe, llora y duerme pacíficamente”, el papa por primera vez fue más allá de su usual estilo vago y un poco enigmático. Al tiempo que reafirmó su opinión de que las mujeres deben tener un papel más importante en las decisiones eclesiásticas, salió a la defensa del manejo que la Iglesia ha dado al escándalo de pedofilia clerical.

Esta vez el papa ha invitado a la controversia, que no se ha hecho esperar. Según su análisis, la pedofilia es un problema de toda la sociedad y la mayoría de los casos ocurren “dentro de las familias y los vecindarios”. Pero mientras la Iglesia católica es la única institución que ha actuado “con transparencia y responsabilidad”, es la única que recibe ataques.

Hasta ahora, el papa ha sabido escoger el momento apropiado para sus declaraciones, como quedó demostrado con la recepción prácticamente unánime a su exhortación apostólica sobre el efecto corrosivo de la codicia en el mundo. Una declaración que no tiene nada de revolucionario ni novedoso, pero fue impartida cuando necesitábamos escucharla. El mundo está tan escaso de líderes espirituales y necesitando ejemplos de bondad, que con sus mensajes no excluyentes el papa ha adquirido un aura de santidad.

Defender la indiferencia de la Iglesia ante los abusos sexuales cometidos por sacerdotes es una actitud poco caritativa hacia las víctimas. Un acto de insensibilidad que no corresponde a un superhéroe ni a un santo.

Cecilia Rodríguez
LUXEMBURGO

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